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Actualizado: 16 de julio de 2025


No a cuál afiliarme. ¿He de inventar yo un partido nuevo, cuando ya hay tantos? Además, que no es tan fácil inventar ese partido. Para su credo, apenas se me ocurre otro artículo de fe que aquella sentencia constitucional del año de 1812: que todos los españoles sean justos y benéficos. Lo demás me es indiferente.

Mañana, seis hombres vestidos de negro, seis jueces, pronunciarán sentencia de vida o muerte, sobre nuestra pobre enferma. ¡Terrible tribunal, encargado de adivinar los fallos de Dios! »He ordenado que me avisen su llegada.

Alfonso V merecía, por su sentencia, ser destronado. Pues bien: ya por estar muy enamorado, ya por ser tonto o ignorante, la prerrogativa real cae, de hecho, en manos de la reina. Ella impone sus deseos al rey y, por consecuencia, al pueblo, este colosal organismo infantil a quien siglos de experiencia tornan cada día más niño. Inútil me parece señalar ejemplos.

Escribió y dió el Juez Real a todos los veinte y un Reos la sentencia e intimó por su fiscal la sentencia de muerte a vueltas de un garrote y de ser quemados e incinerizados después.

Solamente por una concesión sentimental del Jurado, hecha al buen aspecto del acusada, á sus protestas, á sus lágrimas, á la admirable dignidad de la declaración de su madre y á la respetabilidad de la familia, ese pobre diablo logró salvar la cabeza. Sin eso, se iba á una sentencia de muerte, y el tribunal tenía una convicción tan cerrada, que no hubiera rebajado la pena.

Leonor y María se arrojan entonces á los pies del Rey para pedirle el perdón de los dos reos; pero Don Pedro les contesta que se ha pronunciado ya la sentencia y que es inapelable.

Y entonces salía un ángel muy vistoso por otro balcón de la plaza, y cantaba el inefable misterio de la Redención, empezando: "Esta es la sentencia que manda cumplir el Eterno Padre..." y lo demás que tantas veces hemos oído los que somos de por allí. Pero, volviendo al P. Jacinto, diré que su mérito como predicador era quizás lo de menos. Su gran valer fué como director espiritual.

Puesto que ya cuarenta y una veces le he repetido que la adoro, como usted dice, no necesito expresárselo de nuevo. Desde que la vi y la hablé en Marmolejo, me tiene usted prisionero por la admiración y el cariño. En sus manos está mi suerte y espero con zozobra mi sentencia. Gloria tardó unos instantes en contestar. Tosió poco, y dijo al cabo: Ha llegado el momento fatal.

La infeliz mujer, tan prendada de los poderes autoritarios, no sabía que el Soberano tiene una esposa, la Ley, y que, según el arreglo que hemos hecho, con el anillo nupcial de este himeneo se han de sellar lo mismo la sentencia que el perdón. Hemos dicho que Augusto volvió a la casa de Isidora.

En mayo de 1855, el tribunal cantonal de Obwald, en Suiza, pronunció la siguiente sentencia, original por mas de un concepto.

Palabra del Dia

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