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Actualizado: 16 de noviembre de 2025


Si la enfermedad no hubiese sido esencialmente mortal, el enfermo habría curado, gracias a los medios usados por el doctor; pero, aunque éste hiciese nuevos milagros, no había remedio; el paciente no podía vivir más allá de quince días. »Cuando oyó esta sentencia el doctor Avrigny palideció; faltáronle las fuerzas y rompiendo en sollozos cayó en su asiento.

Su mirada pensativa parecía inmovilizada por algún pensamiento dominador. En el Mercado Chico replicó el Canónigo. Ayer le fue notificada la sentencia, hoy debe haberse confesado para recibir el Santísimo Sacramento, y mañana le sacan de la Alhóndiga, a mediodía, para llevarle a degollar.

Por fin, siguiendo el consejo de no recuerdo qué médico famoso, determiné que varios de los doctores más eminentes de la ciudad se reunieran en consulta, y después de dos horas del más penoso interrogatorio, pronunciaron mi sentencia. Mi mal era incurable y degeneraría en locura; el tumor que se habia formado en mi cerebro era inoperable y la muerte se aproximaba, aunque lentamente.

Estando en hábito de penitente se le leyó su sentencia con méritos, abjuró de levi y advertida, reprendida y conminada, fue condenada en cien libras y en un año de destierro de esta Ciudad y cuatro leguas en contorno, con confinación en la Isla, pena de doscientos azotes.

Leyósele su sentencia con méritos, abjuró formalmente sus errores; fue reconciliado en forma, advertido, reprendido y conminado, con condenación de cárcel y hábito por dos años. Miguel Valls, Soltero, hijo del sobredicho Rafael Valls, mayor, y de Isabel Bonnin, su mujer, natural y vecino de esta Ciudad, mercante de oficio, de edad de veinte y un años, preso por judaizante.

Emma rabiaba, azotaba el aire; y aumentaba su cólera porque no podía explicar a las muchachas, decorosamente, los argumentos con que todavía seguía oponiéndose a la sentencia facultativa.

Cayóme en gracia la respuesta del hombre, y eché de ver que por esto se puede decir tienen mujeres como si no las tuviesen, torciendo la sentencia en malicia. Yo gocé de la ocasión, y preguntóme que á dónde iba, y algo de mi hacienda y vida. Al fin dexamos, tras muchas palabras, para Toledo las obras: íbamos holgando por el camino mucho.

Si esa buena pieza tuviera que ser juzgada por nosotras, las cinco que estamos aquí, ¿saldría acaso tan bien librada como ahora con una sentencia cual la dictada por los venerables magistrados? ¡No por cierto! Buenas gentes, decía otra, se corre por ahí que el Reverendo Sr.

y veis aquí donde salen a ejecutar la sentencia, aun bien apenas no habiendo sido puesta en ejecución la culpa; porque entre moros no hay "traslado a la parte", ni "a prueba y estése", como entre nosotros.

Finalmente, Andrés, por medio de cierta sentencia original que le pareció haber leído, se puso sobre la pista y vino a comprender lo que aquel revoltijo de cosas buenas y malas significaba. D. José estaba triturando un precioso sermón de Bordalue. El paño era superior, pero el zurcido detestable.

Palabra del Dia

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