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Actualizado: 13 de mayo de 2025


De muchos de ellos tenía noticia, pero era vaga, incompleta y a veces falsa, como que procedía de las citas de los libros que había manejado en el seminario. Al estudiarlos ahora en sus fuentes se sintió poseído de una admiración que semejaba al estupor. La grandeza, la perfección maravillosa de algunos de estos sistemas parecía insuperable y fascinó su alma.

No lograba conmover al auditorio ni lo pretendía, pero demostraba un talento claro y una ilustración poco común en su clase. Porque era de los poquísimos sacerdotes que estaban al tanto de la ciencia moderna, o al menos semejaba estarlo.

Nuestros jóvenes avanzaron hasta el medio contemplando, sin decirse una palabra, embargados por la emoción, aquel misterioso retiro del océano que semejaba un locutorio escondido y amable donde venía a contar sus profundos secretos a la tierra. El cielo, de un azul muy claro, hacía brillar el arenoso pavimento que se inclinaba hacia el mar con declive suave.

En días de gran venta, cuando había muchas señoras en la tienda y los dependientes desplegaban sobre el mostrador centenares de pañuelos, la lóbrega tienda semejaba un jardín. Barbarita creía que se podrían coger flores a puñados, hacer ramilletes o guirnaldas, llenar canastillas y adornarse el pelo. Creía que se podrían deshojar y también que tenían olor.

¡Julia!... Le dio un vuelco el corazón. Había hallado lo que buscaba: aquella cabeza semejaba extraordinariamente a la de su hermana, no sólo juzgando por el recuerdo de la infancia, sino por el retrato que de ella poseía, regalo de su padre.

Lo estrecho y vertical de los travesaños imponía la necesidad de agarrarse con manos y pies al ir ascendiendo: Perucho no disponía de las manos; la energía de la voluntad se le comunicó al dedo gordo del pie, que semejaba casi prensil a fuerza de adaptarse y adherirse a las barras de palo, bruñidas ya con el uso.

Doña María se llevó las manos a la cabeza; D.ª María cerró los ojos; D.ª María golpeó el suelo con su pie derecho; D.ª María semejaba la imponente imagen de la Tradición aplastando la hidra revolucionaria. Esta mañana me preguntaron si yo tenía hermanas guapas.

Sólo les separaba de él una cortina sutil e impenetrable, que cayendo desde la techumbre hasta el suelo, semejaba el velo de un lugar sagrado. Ninguno se atrevió a descorrerla, y absortos de estupor, febriles de impaciencia, esperaron, fija la vista en los amplios pliegues que ponían estorbo a sus deseos.

Desde allí no se perdía una palabra de la conversación por bajo que se hablase. Apenas escuchó las primeras frases, se puso pálido. Una de las voces era masculina; la otra femenina. El diálogo era tan suave y discreto, que semejaba el ruido del viento al pasar por la enredadera.

La mano fina, aristocrática, trazaba rayitas paralelas en el margen de una cuartilla, después, encima, dibujaba otras rayitas, cruzando las primeras; y aquello semejaba una celosía. Detrás de la celosía se le figuró ver un manto negro y dos chispas detrás del manto, dos ojos que brillaban en la obscuridad. ¡Y si no hubiese más que los ojos!

Palabra del Dia

bagani

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