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Otro ratito de andar en silencio, y otra pregunta en seco de Nieves: ¿Conoce usted a Rufita González? ¡Quién no la conoce en Villavieja? contestó Leto. ¡Qué bachillera, eh?

Gota de agua es el vate: con su verbo profético y sombrío piérdese de la vida en el combate, cual árbol seco que arrastrara el río; su idea es torrente que brota de la cumbre de su frente y derramando la cascada roja de sus magnas virtudes, como el río, también salta y se arroja al mar de las dormidas multitudes.

No, no: vamos a pie. Anda, no seas niño; un pesetero nos lleva en seguida. ¡No!: quiero ir a pie. Y pronunció el no firme, rotundo, seco, como quien suele dar a la palabra la energía de una voluntad terca. Entonces, vamos deprisa, que estarán impacientes. Echaron a andar. La mañana era fresca y agradable. Madrid recibía a su huésped con un cielo azul, limpio y hermoso.

Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?

Cuando descendimos a Bodegas y pedí noticias de mis elementos de transporte, se me contestó que probablemente estarían en los potreros de Río Seco, pues a orillas del río no había punto donde hacerles pastar.

8 Los salvó por su Nombre, para hacer notoria su fortaleza. 9 Y reprendió al mar Bermejo, y lo secó; y les hizo ir por el abismo, como por un desierto. 10 Y los salvó de mano del enemigo, y los rescató de mano del adversario. 11 Y cubrieron las aguas a sus enemigos; no quedó uno de ellos. 12 Entonces creyeron a sus palabras, y cantaron su alabanza.

El rico archivo eclesiástico, cuyos legajos asomaban por las rejillas de los estantes excitando la veneración del espectador, estaba tan comido de la polilla, que al desplomarse la casa se desmoronó como seco amasijo de polvo, y parecía que todo entraba en el caos tras la dispersión de tanta materia inútil, de tanta borrosa letra y de tanta ranciedad como se acumulaba en los podridos escritos.

Veíanse asimismo algunas conchas encogidas y macilentas por haber quedado en seco: en medio de ellas, sin cáscara, sin abrigo, explayada, yacía la umbrela viviente llamada con harta impropiedad medusa. ¿Por qué haber dado tan horroroso nombre á un ser tan encantador? Nunca había fijado mi atención en aquellos náufragos que con frecuencia se encuentran en la playa.

¿Qué hora tiene, don Melchor? Las diez menos cuarto. ¡Verdá! que hemos andado pronto... bueno que estos caballos son de ley. El que es de ley es el cochero dijo Lorenzo, y no le hacen justicia. Y con caminos pesados agregó Ricardo. Algo... , señor... al salir del pueblo...; pero después, no... por aquí está casi seco... es que hemos tenido caballos guapos...

Con esto dejó de ir al Molino, se mostró seco con Tomás cuando le hablaba; por último, un día le negó el saludo.