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Actualizado: 9 de octubre de 2025


En una de sus idas al balcón, después de haber contemplado en la salita maquinalmente el retrato de Nachito, dijo a Nieves, por decirla algo: Y es guapo de verdad el primito ese. Se lo tenía dicho a Nieves en más de diez ocasiones, y en otras tantas le había contestado ella lo mismo que le contestó entonces: No está mal así. Ya luego vendrá añadió Leto por primera vez.

En todo el trayecto desde su cuarto a la salita, lo mismo al subir que al bajar, la Rufete era gran incentivo a la curiosidad de las presas, que se agolpaban a la puerta de la Sala para verla pasar, y luego estaban comentándola tres o cuatro horas.

Toma un enorme pan, lo corta en sopas, las aliña y las pone á cocer. Sube arriba. La planta alta de la casa constaba de una salita y cuatro dormitorios, todos ellos con ventana al campo. Se dirige al de sus hermanos Pepín y Manolín. ¡Sus! ¡Arriba, holgazanucos, arriba! Los niños antes de levantarse se hacen besuquear y acariciar largamente por su hermana.

Adoración púsose como la grana, avergonzada de las perrerías que se contaban de ella. «No lo hará más dijo la dama sin hartarse de acariciar aquella cara tan tersa y tan bonita; y variando la conversación, lo que agradeció mucho la pequeña, se puso a mirar y alabar el buen arreglo de la salita». «Tiene usted una casa muy mona». Para menestrales, talcualita.

María-Manuela abrió instantáneamente y le llevó por la mano, sin decirle palabra, hasta una salita donde había un sofá y cuatro sillas de paja, una consola con sus correspondientes caracoles de mar encima, espejo resguardado de las moscas por una gasa, algunos cuadros en litografía representando la historia de Hernán Cortés y D.ª Marina y en el centro una mesilla cubierta con tapete de hule.

En esta salita daba paseos furiosos con las manos en los bolsillos, mirando con precaución a cada momento por los visillos de la única ventana que tenía. Hasta las nueve no acudió la dama. La vio llegar con la mantilla echada por los ojos, el devocionario en la mano y el rosario colgado de la muñeca, con el paso firme y sosegado, como si viniese a dar algunos encargos a su antigua protegida.

Se avergonzó de sentir necesidad de apoyarse en la mediación de Charito. He cumplido, ¿verdad? dijo ella sonriéndole; luego, sin otra palabra y con una graciosa solicitud corrió hacia el grupo en que se hallaba Adriana. Muñoz, cada vez más íntimamente herido en su orgullo, salió del salón; en la salita contigua sólo había una pareja de novios, tan ajenos a todo que ni le oyeron entrar.

Maxi salió a la salita, y José Izquierdo se le cuadró ladrándole así: «¡Ah!, era usté. Ora mismo a la calle... brrr... ¡Y que tengo yo un genio mu blando...! Pues si le llego a ver antes ¡hostia!, me caso con la santísima... si le llego a ver antes, por el judío balcón, ¡hostia!, va solutamente a la calle». Sin demostrar temor alguno, Maximiliano sonreía.

Ya la casa estaba lista: barrido el corredor, arreglada la salita, dispuesta la mesa. La doncella solía sentarse a mi lado. Me atendía y me servía como una hermana cariñosa al chicuelo preferido, dispuesta a satisfacer todos mis deseos y caprichos, adivinándome el pensamiento. Mi tía parecía complacerse en aquella dulce y sencilla fraternidad.

Solo visité con mis compañeros unas cinco, al acaso, entrando en cada callejón á la primera quo se nos ofrecía. Una puertecita angosta, de unos 160 centímetros de altura, está ajustada á la roca y se abre sobre una salita cuadrada de poco mas de 2 metros por lado.

Palabra del Dia

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