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Por fin se arregló de cualquier modo, pasose un peine por el pelo, y dando tumbos se fue a la salita donde aguardaba el sacerdote, en pie, mirando las fotografías de personas de la familia, única decoración de la mezquina y pobre estancia. «Dispénseme usted, Sr.

Pero no tuvo tiempo de pensar mucho en esto, porque de repente... tilín. Era próximamente la una y media. Corrió a abrir la puerta. El corazón le saltaba en el pecho. La figura negra avanzó por el pasillo para entrar en la salita. Fortunata estaba tan turbada que no acertó a decirle que se sentase y dejara la canaleja.

De pronto se pone un traje negro, severo y elegante a la vez. ¿Y éste? pregunto. Para ir a misa a Stella Maris. ¿Te gusta? ¡Lindísimo, muy grave, muy chic!... ¡Oh, la gravedad chic es lo más chic de la gravedad! Hay que recordar, de vez en cuando, que una, es viuda. En la salita, colgado en alto, hay un retrato al óleo.

Duró largo rato la despedida, porque tanto Doña Paca como Frasquito repitieron, en el tránsito desde la salita a la escalera, sus expresiones de gratitud como unas cuarenta veces, con igual número de besos, más bien más que menos, en la mano del sacerdote.

Y así, hallándose las dos, con todo sosiego, en la salita de doña Luz, la mañana misma de la partida de D. Jaime, dijo la hija del médico a la hija del marqués: Vamos, confiesa que nuestro diputado no te parece saco de paja. No me parece sino muy bien respondió doña Luz . Decir otra cosa sería hipócrita falsedad. Es elegante, discreto, buen mozo y muy amable.

Guillermina y Jacinta entraron en la mansión de Ido, que se componía de una salita angosta y de dos alcobas interiores más oprimidas y lóbregas aún, las cuales daban el quién vive al que a ellas se asomaba. No faltaban allí la cómoda y la lámina del Cristo del Gran Poder, ni las fotografías descoloridas de individuos de la familia y de niños muertos.