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Actualizado: 8 de junio de 2025
Allá en el fondo entre las camas de los esposos pendía un crucifijo. En uno de los paseos los ojos de don Germán tropezaron con él. Quedó inmóvil, clavado al suelo, los ojos fijos en aquella imagen sangrienta. ¿Cuánto tiempo estuvo así? ¿Una hora? ¿Un minuto? Jamás pudo él mismo saberlo. Al fin dejó escapar un suspiro, se tapó el rostro con las manos y cayó de rodillas sollozando.
¡De modo que ese hombre dijo doña Clara os ha dado padres y esposa! Sin quererlo y sin saberlo. ¡Cómo! dijo la duquesa . ¿Montiño no conoce esta carta? No, señora. ¿Pues no os la dió? Sí; sí, señora, pero dentro de un cofre cerrado. ¿Y no pudo haber abierto ese cofre?
Don León se encargaba de corregirlos y señalar las figuras que iba cometiendo sin saberlo. «Mire usted, hijo mío, al llamar al rocío líquidas perlas comete usted una metáfora, muy linda por cierto.
A los dos años de casado ya tuvo amores con una güena moza del Mercado, una carnicera. ¡Lo que yo sufrí al saberlo!... Pero ni una palabra de mi parte. El cree aún que no sé na. Luego, ¡cuántas ha tenío!
Al bajar de la torre y pasar por el trascoro las había visto, las había conocido, eran la Regenta y Visitación; estaba seguro. ¿Cómo habían venido sin avisar? Don Cayetano debía de saberlo. Cuando una señora de las principales, como era la Regenta, quería hacerse hija de confesión del Magistral, le avisaba en tiempo oportuno, le pedía hora.
Fortunata sintió que toda la sangre se le subía al rostro, y se puso muy sofocada. Rubín estiró el codo sobre el lecho, apoyándose en él con actitud perezosa, semejante a la que tomaba en la botica cuando leía. «Es preciso que lo sepas pronto. Todo lo que tardes en saberlo, tardas en regenerarte».
¡Pagados! repitió Miranda, en cuya pupila mortecina y térrea se encendió breve chispa . ¡Pagados! ¿Y con qué derecho, señora? Quisiera saberlo.
De pronto ella, dando, sin saberlo, pie al médico para que dijese lo que tenia pensado, le preguntó: ¿Estará V. aquí todavía mucho tiempo? No; iré a Madrid muy pronto. Y al mismo tiempo, fijando en Julia la mirada, se permitió cogerle familiarmente una mano, y como quien está resuelto a no callar, continuó: ¡Por lo que V. ame más en el mundo!... óigame V. un instante.
Yo estoy seguro, no sólo por lo que usted me ha indicado, sino por saberlo de sus mismas labios, que está enteramente resuelta a salir del convento, quiera o no su madre. Para cuando llegue el caso, que será pronto, espero que usted no pondrá obstáculos...
No me pesa del tiempo que he perdido queriéndola, me pesa sí de haberla querido. Creí que bajo esa aparente frivolidad se ocultaba un corazón, pero veo que no hay más que vanidad y aturdimiento. Me alegro de saberlo de una vez, porque de una vez la arrancaré de mi corazón y mi pensamiento, donde nunca debió usted haber estado. Quede usted con Dios, y hasta nunca.
Palabra del Dia
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