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Actualizado: 3 de julio de 2025
Y, en verdad, no sé cómo ha escapado el infeliz dijo Fernández a Santorcaz . Tres balazos tenía en su cuerpecito: uno en la cabeza, el cual no es más que una rozadura; otro en el brazo izquierdo, que no le dejará manco, y el tercero en un costado, y en parte sensible, tanto que si no le hubieran sacado la bala, no le veríamos ahora tan despiertillo.
Las otras torres se han derrumbado; únicamente queda ésta en pie, y hasta conserva algunas almenas de su corona. Los muros, dorados por el sol, están tan lisos como al día siguiente del primer banquete celebrado por el señor en el salón. No hay en ella rendija ni rozadura apenas: únicamente el maderamen y los herrajes de las estrechas ventanas semejantes á aspilleras han desaparecido.
Los que le rodeaban le tenían lástima. Desconociendo el motivo de la zaragata, cada cual decía lo que le parecía. «Sobre vino una pendencia». «No, cuestión de faldas; ¿verdad?». «¡Quita allá!, ¿pero no ves que es marica?». Las mujeres le miraban con más interés. «Tiene usted sangre en la frente» le dijo una. Era una rozadura de que el joven no se había dado cuenta.
Me daba vergüenza mi debilidad, pero verdaderamente dudaba de mi valor... ¡Yo no! Pero sufrir por nada, por gusto, no me parece necesario. Está dicho, se ha torcido usted un pie... ¡Bah! bastará una simple rozadura. Bien; así no tendrá usted necesidad de médico; nada más que una compresa y un bastón... Permítame usted que le ofrezca el mío; no es elegante, pero es sólido, como su dueño.
El militar, al detener con un vigoroso esfuerzo el movimiento agresivo de Chaleco contra Elías, se rozó la mano izquierda con la extremidad puntiaguda de la empuñadura de la navaja que el mozo llevaba en la faja. Esta rozadura le levantó un poco la piel y le hizo derramar alguna sangre. El militar se envolvió la mano en un pañuelo, y con la derecha tomó el brazo del viejo.
Batistet y los pequeños empezaron á llorar y Teresa continuó los alaridos como si su esposo se hallase en la agonía. Pero el herido no estaba para sufrir lamentaciones y protestó con rudeza. Menos lloros: aquello era poca cosa; la prueba estaba en que podía mover el brazo, aunque cada vez sentía mayor peso en el hombro. Era un rasguño, una rozadura de bala y nada más.
Ya está buena gruñía Piscis. ¿Vienes de la cuadra? Sí. Bien... pues de todos modos hoy no puedo salir... Tengo una rozadura aquí... salva sea la parte... Algunos días Piscis entraba en la sala de costura, y sin decir nada aguardaba sentado un rato, no muy largo casi nunca, porque abrigaba vehementes sospechas de que las costureras se reían de él, y esto le tenía sobresaltado y en brasas.
Palabra del Dia
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