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Dame una frazada gruesa murmuró, tengo mucho frío. Hice lo que me había pedido y me senté de nuevo a su lado. Ella se apoderó de mis manos y las estrechó como si hubiera querido calentarse con su contacto. ¿Has dormido bien? preguntó con esa misma voz de ronco falsete que no le conocía.

No he visto a estos indios conserven ninguna superstición ni rito de los de su gentilidad con sus muertos; lo único que hacen es, luego que expira, y en el tiempo que el cuerpo permanece en sus casas, y también en el entierro, se oye que algunas indias viejas, parientas o cercanas del difunto, lloran con una especie de tono ronco y desagradable, mezclando algunas palabras de sentimiento.

Ya que no te puedo matar. Esto basta para ti y para . Márchate. Se quedó tan ronco que sus últimas palabras apenas se entendían.... Después de hablar algo más con ronquidos y manotadas, pudo hacerse oír nuevamente. Aguarda.... La úlcera de mi vida, lo que me ha envenenado el cuerpo y ha trasformado mi carácter haciéndole displicente y salvaje, ha sido mi deshonra.

Y despues que cesò la furia y viento, (Habiendo ya su término corrido) La gente alborotada, del tormento Temor y desconsuelo padecido, Decia con un ronco y flaco aliento, "Si habemos del peligro ya salido." Allì muchas promesas publicaron, Que en el temor pasado

Los rostros son espejo de las almas, suelen decir, y si esto es cierto, ¿cómo no han de ser ustedes benévolas conmigo? El segundo piropo fue recibido también con risas de complacencia por las señoras. Los hombres continuaron sonriendo malignamente. A cantar, a cantar, don Serapio. ¡Pero si no tengo nada ensayado!... No cómo arreglarme para corresponder a tanta bondad... Además, estoy ronco.

Pero lo que perdían en amplitud los argumentos ganábanlo en intensidad. Cada vez eran expresados con mayor y contundente energía, y con más descompasadas voces. De tal modo, que raro era el día que no saliese de allí alguno ronco; generalmente, eran Alvaro Peña y don Feliciano; los más débiles de laringe, no los más voceadores.

Este mastín fue el encargado de romper la paz de aquel paraje, alzándose iracundo contra el advenedizo, ladrando con un grito ronco, apagado, testimonio de su decrepitud. El P. Gil detuvo el paso, y comenzó a decir en tono dulce y persuasivo: ¡Toma, toma! ¡Quis, quis!