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Actualizado: 3 de octubre de 2025
El militar paseo tenía por música, además del estruendo de las latas, el reír inmenso de la bandada, el pío pío mezclado de voces prematuramente roncas, y salpicado de esos dicharachos que, al ser escupidos de la boca de un niño nos recuerdan al feo abejón cuando sale zumbando del cáliz de la azucena.
De Pas oyó gritos, carcajadas y las voces roncas y metálicas del piano desafinado.
Poca levita, mucha tuina y chaqueta, de higos a brevas un uniforme; buen número de mujeres, roncas ya, con los labios secos, los ojos inyectados, arrebatadas las mejillas, más o menos descompuesto el peinado y el traje.
Aún no había acabado, y ya comenzaba a sonar otra en diverso sitio, y otra y otra, como si la plaza fuese una gran jaula de pájaros locos que, al despertar con la voz de un compañero, se lanzasen todos a cantar a la vez, en confuso desorden. Las voces de varón, graves y roncas, unían su sombrío tono a los gorgoritos femeniles.
Y por todas partes se veían en la sombra personas que se buscaban unas a otras, que se daban la mano, que se abrazaban. Otros gritaban al mismo tiempo: «¡Niclau! ¡Sapheri!», pero no obtenían respuesta. Aquellas voces se repetían hasta volverse roncas, balbucientes, y, por último, cesaban. La alegría de los unos y la consternación de los otros producían un efecto desconcertante.
No conocían al señor José, pero gritaban roncas de emoción: Ahí va la honra del mundo; un trabajador bueno; un hombre de blusa. ¡Pobrecillo! ¡Y los que le han matado, guardándose los duros, comiéndose las buenas tajás!... La cabeza del cortejo chocó con el obstáculo de la policía. Un capitán habló a los manifestantes.
Y el mágico lanzó lentamente un grito, primero plañidero, luego enérgico, mezcla de sonidos agudos como imprecaciones, y de notas roncas como amenazas que pusieron de punta los cabellos de Ben Zayb. ¡Deremof! dijo el americano. Las cortinas en torno del salon se agitaron, las lámparas amenazaron apagarse, la mesa crugió. Un gemido debil contestó desde el interior de la caja.
Llevan su ridiculez hasta el extremo de cantar ellos mismos, con sus roncas y estridentes voces, y la policía les permite que se reúnan en ciertos anfiteatros para destrozar algunas arias. ¡Buen provecho les haga! En cuanto a mí, jamás me detengo a escuchar una ópera; me contento con mirarla; voy a ver la parte plástica, que es la única que me divierte, y me marcho después.
Hacia las cuatro de la tarde no cabía ya la algazara y bulla en las salas; todo el mundo perecía de calor; a las disfrazadas de paisanos las ahogaba su traje de paño, y se apoyaban, descoyuntadas de tanto reír, molidas de tanto bailar, roncas de tanto canticio, en los estantes, abanicándose con la montera. La Comadreja, que ya no sabía cómo procurarse un poco de fresco, tuvo una idea.
Esta conducta indignó a Miguel en alto grado, y lo que acabó de desprestigiar al cura fue que, en vez de avergonzarse de haber pegado a un hombre que no se defendía, aún se jactaba de ello el muy ruin. «¿Has visto, barájoles, has visto qué mocada tan gorda le asesté la primera? ¿Qué bien sonó, eh?... Pues aún fueron mejores las que le di por debajo, en las narices, aunque no sonaban tanto... ¡Barájoles, ya le tenía yo ganas a ese mastuerzo!... ¡que eche roncas ahora con sus dientes de caimán!»
Palabra del Dia
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