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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Don Cayetano, que sabía esto, hizo un simulacro de presentación diplomática en el tono jocoserio que nunca abandonaba. Ellos, la Regenta y el Magistral, habían hablado poco; todo casi se lo había dicho Ripamilán y lo demás Visitación, que acompañaba a la de Quintanar. Doña Ana volvió pronto a su casa. Se recogió temprano aquella noche.
Ripamilán, que tenía los ojillos como dos abalorios, gritaba: ¡Fuera ese iconoclasta! ¡Las hortalizas, las hortalizas! ¿Eso quiere decir que a V. E., señor Marqués, la religión, el arte y la historia le importan menos que un rábano? ¡Bravo, paisano! gritó don Víctor, en pie, con una copa de Champaña en la mano.
No se pudo averiguar de qué se moría don Santos, pero a la media hora se corría por Vetusta que, por culpa del Provisor, se habían pegado y desafiado Foja y Somoza, y no se sabía si el mismo Ripamilán había recogido alguna bofetada.
Sí, verdad es... pero ¿no podría ir Pepe con algún criado... con Anselmo...? Usted va a mojarse el balandrán... y la sotana.... ¡Al monte! ¡don Víctor, al monte! rugió el Provisor. Y la voz terrible fue apagada por un trueno más horrísono que los anteriores. Señores dijo Ripamilán que estaba escondido en una alcoba . No se apuren ustedes, los chicos deben de estar a techo.
El Marqués le dio un abrazo que envidió un cura pequeño, paniaguado de la casa. Ripamilán estrechó la mano de don Fermín con cariño efusivo; y juntos pasaron al gabinete. Los tres canónigos se levantaron; la señora que parecía un fraile sonrió satisfecha y murmuró: ¡Ah, señor Provisor!...
El pobre Ripamilán era invitado, pero decía que si no le llevaban en coche.... «El espíritu no faltaba, pero los huesos no tienen espíritu».
También Ripamilán estaba hermoso a su manera». En tanto el público empezaba a impacientarse, se iba acabando la formalidad, y en algunos rincones se oían risas que provocaba algún chusco.
Lo que ahora le pesaba era no haber seguido al Vivero; ¡de todos modos habían de murmurar los miserables! y en cuanto a las personas decentes, las que a él le importaban, esas no habían de creer nada malo porque él, como hacía Ripamilán, como habían hecho otros sacerdotes, fuese a las posesiones de Vegallana».
Como el interlocutor solía ser más alto, para verle la cara Ripamilán torcía la cabeza y miraba con un ojo solo, como también hacen las aves de corral con frecuencia.
Consultado Ripamilán, contestó: «Que entre un magistrado, que no es Presidente de Sala siquiera, y el Salvador del mundo, había mucha diferencia. ¿No confesaba Anita que le agradaba don Víctor? Sí. Pues cada día le encontraría más gracia. Mientras que en el convento, la que empieza sin amor acaba desesperada».
Palabra del Dia
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