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Mi hermano y yo, con el extremo a nuestras fuerzas posible, te agradecemos esta merced que nos haces honrando nuestras pobres y ya de hoy más ricas bodas.

Gracias á Simoulin, el Museo se había llenado de objetos que acreditaban las pasadas glorias del país; gracias á «nuestro poeta», los fabricantes de cerveza y de paños, gentes ricas y de pocas letras, que constituían la aristocracia de la ciudad, podían hablar, sin miedo á equivocarse, de los obispos, guerreros y burgomaestres de otros siglos que indudablemente eran sus ascendientes.

Ya conoce usted las pretensiones de las mujeres ricas, que jamás se casan con jóvenes pobres o sin gran porvenir... ¿Cómo casarse con muchachas sin fortuna, cuando la bolsa está mal provista?... Eso sería, como dice el proverbio, casar el hambre con la gana de comer. Es muy triste para los jóvenes dije con compasión. ¿Cómo remediarlo? Es difícil respondió la de Ribert.

El último grupo lo consideramos formado por la población cristiana de indios que, al amparo del Ejército y dirigidos por las órdenes religiosas, han ido extendiéndose por el N. hasta formarse las dos ricas provincias de Misamis y Surigao. Los habitantes de Zamboanga, mezcla de moro tagalo y español, cuyo idioma hablan todos aunque de un modo imperfecto.

El verdadero Don Pedro no puede, pues, identificar su persona, á lo cual contribuye la existencia de pruebas de haber cometido un crimen en Madrid, mientras que el culpable, teniendo á su disposición el cofre de su homónimo, no sólo se ve dueño de oro en abundancia y ricas joyas, sino también de ciertas cartas dirigidas á un Don Gómez, con cuya hija había de casarse Don Pedro.

Ahora me dan todas las tardes un buen platao de comida en ca el señor banquero, que vive mismamente de cara a la entrada por la calle de las Huertas, y vivo como una canóniga, gozando de ver cómo se le afila la jeta a la Caporala cuando la muchacha del señor banquero me lleva mi gran cazolón de comestible... En fin: con esto y algo que cae, vivimos, Doña Benina, y puede una chincharse en las ricas.

Las esposas masculinas de los individuos del gobierno y de sus altos empleados, así como las pertenecientes á las familias ricas de la capital, eran las que más se indignaban contra esta sublevación de sus compañeros de sexo. El hombre decían debe permanecer quieto en su casa, ocupándose de los hijos y de la fortuna conyugal.

¿Qué dice la señora? ¿Que si podría suceder que en un abrir y cerrar de ojos pasáramos de pobres a ricas, y viéramos, un suponer, nuestra casa llena de dinero, y de cuanto Dios crió? Eso quiero decir. Si son verdad los milagros, ¿por qué no sucede uno para nosotras, que bien merecido nos lo tenemos?

Por un momento creyó haber encontrado el medio de apartarle de tal existencia. Los parientes de Berlín visitaron á los Desnoyers en su castillo de Villeblanche. Karl von Hartrott apreció con bondadosa superioridad las colecciones ricas y un tanto disparatadas de su cuñado. No estaban mal: reconocía cierto cachet á la casa de París y al castillo.

Pampanga y Batangas bastan por solas para desterrar el concepto de holgazanes de que en la península disfrutan los filipinos; las más ricas de nuestras provincias no superan en la maestría de sus cultivos á las que dejamos mencionadas; pruébalo la bondad de los productos, el activo comercio que sostienen, el bienestar que sus habitantes disfrutan y el rápido aumento de población que en pocos años han experimentado.