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Pero di un paso atrás y, sacando el revólver, grité: ¡No pasarán ustedes, canallas, miserables! Suelten a esa joven que llevan secuestrada... En un instante se llenó aquello de gente. Mis gritos eran horrendos. Deseaba que el escándalo fuese gordo y viniese la Policía cuanto más pronto.

En la mesa inmediata había un periódico con ilustraciones, y se apoderó de él, volviendo sus hojas. Estaba impreso en alemán, pero él fingió leerlo con gran interés. Se había sentado de lado, dejando libre la cadera en la que descansaba el revólver. Su mano, fingiendo distracción, se paseó junto á la abertura del bolsillo, pronta á armarse en caso de ataque.

No, Cristo Padre; era preciso inventar algo, buscar, revolver medio mundo, ahondar en las entrañas oscurísimas del problema para dar con la clave de él.

De aquí, seguramente, mi relativo descuido con la herida. Llegó por fin el día. A las ocho, y a cuatro cuadras de casa, un transeunte mató de un tiro de revólver al perro negro que trotaba en inequívoco estado de rabia. En seguida lo supimos, teniendo de mi parte que librar una verdadera batalla contra mamá y mi mujer para no bajar a Buenos Aires a darme inyecciones.

Me repuse de mi sorpresa inmediatamente y sostuve su mirada con toda calma. Pero también me acordé del revólver, pronto a empuñarlo. ¿Qué hubiera sucedido si la hermosa dama hubiese gritado en aquel momento: «¡Ese no es el Rey!»?

La ciudad se hallaba más lejos que el vapor, y sus enemigos caerían sobre él tan pronto como le viesen retroceder. ¿Cuántos eran?... Esto le preocupaba únicamente. «¡Adelante!... ¡adelante!», gritó su orgullo. Había sacado el revólver: lo llevaba en su diestra, con el cañón por delante. En la soledad no había por qué guardar los miramientos y prudencias de la vida civilizada.

Pero yo no quiero que usted tenga mala idea de ... ¡Cuántas cosas le habrán a Vd contado! ¡Que soy interesada, codiciosa, egoísta, fría, insensible hasta el punto de que por mi culpa se suicidara un hombre! Vamos, que casi le puse yo el revólver en la mano, diciéndole. «Anda hijo, ¿a que no te matasPues no me remuerde la conciencia.

Probablemente en la época de este encuentro que con él tenemos, durante el invierno de 1833, las incomprensibles diabluras de este juglar político constituían también una labor fina y doble, es decir, revolver los partidos en provecho del ministerio y vender el ministerio a los partidos.

Cerró cuidadosamente la puerta que teníamos apenas entreabierta, y pasando por el interior de la casa llegamos a la puertecilla de atrás, junto a la cual estaban los caballos. En torno del pabellón había un camino destinado a los coches. ¿Tiene usted a mano el revólver? preguntó Sarto. No, quiero caer sobre ellos espada en mano repliqué. ¡Diantre!

Todos hablaban de legalidad y de respeto á la ley, al mismo tiempo que se llevaban una mano al costado para convencerse de que tenían el revólver listo. Y el país, fatigado de diez años de revolución, les dejaba hablar, deseando en el fondo de su ánimo que se matasen entre ellos, pero dispuesto á votar por el gobierno ó por el general que derribase al gobierno.