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El prestidigitador buñuelista era un hombre pequeño, antipático, tirando a viejo. Sudaba tanto con aquel continuo y fatigoso ejercicio, que su cara parecía haber estado en remojo poco antes. Para entretener el fastidio canturreaba 10 esta copla: Reinará D Carlos con la Inquisición, cuando la naranja se vuelva limón.

Gener, me parece o entreveo que se inclina a que el sub-hombre o el supérfluo se conserve y viva, bajo la tutela o protectorado del super-hombre triunfante. Bien podrá éste echarse a cavilar y hasta repetir el antiguo proverbio: cuando las barbas de tu vecino vieres pelar, pon las tuyas en remojo. Las cosas no han de parar aquí: la evolución no puede darse por terminada. El progreso es indefinido.

Esta fornida guisandera, un tanto bigotuda, alta de pecho y de ademán brioso, había vuelto la casa de arriba abajo en pocas horas, barriéndola desde la víspera a grandes y furibundos escobazos, retirando al desván los trastos viejos, empezando a poner en marcha el formidable ejército de guisos, echando a remojo los lacones y garbanzos, y revistando, con rápida ojeada de general en jefe, la hidrópica despensa, atestada de dádivas de feligreses; cabritos, pollos, anguilas, truchas, pichones, ollas de vino, manteca y miel, perdices, liebres y conejos, chorizos y morcillas.

Se doblaba la hoja. No había que pensar en el préstamo. A la estúpida pregunta del veraneo contestó la señora con la primer sandez que se le vino a la boca. En aquel momento sentía tanto calor que se habría echado en remojo para impedir la combustión completa de su cuerpo todo. «Hija, hace aquí un bochorno horrible». Espere usted, entornaré las maderas para que entre menos luz.

Tropezábase por entonces en Sevilla a cada paso con una opulenta hostería, lugar de morada, de pasatiempo y placeres de la gente alegre, noble y rica, pero olíales el resuello a las más a una legua a carestía, y no era la menguada bolsa de Miguel la que podía atreverse con ninguna de ellas, ni aun con la más humilde; no había que pasar de bodegón, y aun así, cuidando no fuera de aquellos que se daban tufos de hostería, y acordándose del de la tía Zarandaja, que en una revuelta de la calle de las Sierpes estaba, y al que podía llegarse sin pasar por delante de la casa de la bella indiana, a él se fue, y en ella dio al fin a punto que el sol asomaba por el Oriente, y la tía Zarandaja, que ya para el despacho había, abierto, a la puerta se encontraba departiendo con algunas vecinas de los sucesos de la noche, que a la vecindad habían alborotado, y que habían tenido por remate el que la Inquisición prendiese al señor Viváis-mil-años, cosa que ponía espanto en aquellas buenas comadres, la que más y la que menos parienta próxima, y hermana en el diablo, por brujas, del preso; y por aquello de que cuando las barbas de tu vecino veas pelar echa las tuyas en remojo, todas aquellas valientes hembras andaban desasosegadas y en corrillos por las puertas, que no era sola la del bodegón de la tía Zarandaja la en que se las veía.

El Corací, con ansia dolorosa, Echad, dice, Señores, en remojo Las barbas, pues que veis cual la cosa, Que me cuesta el rencuentro el diestro ojo: No he visto gente yo tan bellicosa, Les dice: no penseis que esto es antojo, Que son hijos del Sol estos varones, Y mas bravos que tigres y leones.