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Actualizado: 27 de mayo de 2025
No se debe haber hecho daño, porque no tenía más remedio que marcharse a pie. ¿Daño? dijo Godfrey amargamente. Jamás se hará daño; ha nacido para hacerlo a los demás. ¿Y vos lo habíais autorizado realmente para vender el caballo? preguntó Bryce.
Vino la gangrena y no me dejaba. Creyéndome un día curado, bajé de la flota, y dale otra vez. Por fin un amigo segoviano arrimome un caño de arcabuz bien rojo a la llaga, y poco después pude pasearme. Propúsole el mismo remedio. El mancebo se prestó, y un candente barrote aplicado a la herida le dejó curado para siempre.
Acordéme yo entonces de que la segunda tenía remedio en el testamento de mi tío, y le dije: Es verdad que la primera es irremediable; pero la segunda ¿por qué ha de serlo, Chisco? A lo mejor amanece por lo más obscuro... o si no suben los muladares, bájanse los adarves, y allá salen los unos con los otros en altura.
El estado caquéctico, espuesto en las líneas precedentes, recuerda la consuncion tuberculosa y la diátesis paludiana; tres caquexias que se asemejan con bastante exactitud. La quina, empero, es el remedio de la caquexia palúdica, y el miasma palúdico es un remedio para la tuberculizacion.
Sí que la tengo...; ¿tú qué puedes hacer?... Ya no tiene remedio.... ¿Como que no?... Yo puedo hacerlo todo; todo, ¿entiendes?... Y lo haré si es preciso; sólo falta que tú me autorices para ello. ¿Qué harías? Llevarte adonde estuvieras a tu gusto.... Para eso estoy en el mundo, para velar por ti. ¿Para eso?
No había más remedio que la diplomacia. «Humíllate y ya te ensalzarás», era su máxima, que no tenía nada que ver con la promesa evangélica.
Venga esta dueña y pida lo que quisiere, que yo le libraré su remedio en la fuerza de mi brazo y en la intrépida resolución de mi animoso espíritu. Capítulo XXXVII. Donde se prosigue la famosa aventura de la dueña Dolorida
El caso tuyo dijo la tremenda voz de la Esfinge, haciendo callar a la de su marido es de los que reclaman todo el valor que cabe en el corazón de un mozo de vergüenza para irle olvidando, porque no tienen otro remedio.
Allí está la llave: la tomo, corro á la casa, abro; el viejo debe estar arriba durmiendo la siesta: entro, la veo, la hablo, la digo ... qué sé yo lo que le voy á decir ... y me vuelvo á escape. Si las viejas sospechan, inventaré cualquier mentira. No hay más remedio. Al fin llegó jadeando y con mucha fatiga al extraviado ridículo.
Si fueran tibios en la devoción o sólo tardos en cumplir las prácticas religiosas, aún habría remedio; pero no se trataba de gente en cuyo pecho se hubiera amortiguado la fe, sino de individuos que, a juzgar por lo que Tirso veía, no la sintieron nunca.
Palabra del Dia
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