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Actualizado: 21 de junio de 2025
Veis también cómo los relinchos del caballo dan señales que va contento con la valiente y hermosa carga que lleva en su señor y en su señora.
Cuando las necesidades del servicio hacían transcurrir junto a esta barrera a las camareras rubias, de limpio delantal y albo gorro, los mozos contemplativos parecían desesperarse y un rumor de palabra mascadas y de relinchos contenidos agitaba su cuerpo.
No había bien acabado de decir estas razones Sancho, cuando llegaron a sus oídos relinchos de Rocinante; los cuales relinchos tomó don Quijote por felicísimo agüero, y determinó de hacer de allí a tres o cuatro días otra salida; y, declarando su intento al bachiller, le pidió consejo por qué parte comenzaría su jornada; el cual le respondió que era su parecer que fuese al reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza, adonde, de allí a pocos días, se habían de hacer unas solenísimas justas por la fiesta de San Jorge, en las cuales podría ganar fama sobre todos los caballeros aragoneses, que sería ganarla sobre todos los del mundo.
A la cabeza de la fila formada por sus vasallos, el Emir balanceábase sobre las caderas, levantaba un pie y lanzaba relinchos bajo la mirada protectora de la señá Eufrasia, que, subida en un caramanchel, presidía la fiesta con toda la majestad de su busto corpulento. Al reparar la buena mujer en Ojeda, se atrevió a sonreírle. Sabía que era español por haberle visto algunas veces con don Isidro.
Su hija se dispone á hacerle el dúo, cuando se oye en el corral un coro de relinchos y un ruido sobre los morrillos, como si avanzaran veinte caballos. ¡Ahí están los ladrones! diría en tal caso un ciudadano alarmado. Pues, no señor, son los marzantes, es decir, dos docenas de mocetones del lugar que andan recorriéndole de casa en casa.
Para abarcar el conjunto de tal escena hay que imaginarse la refriega que tenía lugar en la meseta de las Mineras; los aullidos, los relinchos de los caballos, los gritos de ira, la huída de unos, arrojando las armas para correr más de prisa, el encarnizamiento de otros; más allá del barranco, las escalas, cubiertas de uniformes blancos y erizadas de bayonetas; los montañeses, situados en la rampa, defendiéndose desesperadamente; las vertientes de la ladera, el camino y, sobre todo, la parte baja de los parapetos, cubiertos de muertos y heridos; el tropel de enemigos, con el fusil al hombro, los oficiales en medio de ellos, apresurándose por seguir el movimiento; por último, Materne, de pie en la cima del talud, con la carabina en alto, cogida por el cañón, la boca abierta hasta las orejas, llamando a voz en grito a su hijo Frantz, que llegaba con el pelotón, precedido del señor Juan Claudio, para ayudar a la defensa.
Palabra del Dia
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