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Actualizado: 14 de octubre de 2025


Leía con avidez el relato de las recepciones palaciegas, conocía la etiqueta tan bien como un gentilhombre de cámara, cómo se saludaba a los reyes, cómo se les besaba la mano, cuándo se había de hablar en su presencia, cómo había que retirarse. Sabía los nombres y la biografía de cada uno de los miembros de la real familia y también los de los nobles más caracterizados de la corte.

Mucho más valiera que el conde estuviese prevenido ya. En fin, la cosa no tenía remedio y me dispuse a aguardar. La condesita entabló conversación sobre diversos asuntos indiferentes; la compañía que actuaba en el teatro de San Fernando; el real alcázar, a cuyas recepciones familiares por las noches solía asistir cuando la reina estaba en Sevilla; la casa de las de Anguita, etc.

Aldea no perdía ocasión de dar a entender en público su amor por Josefina: en las recepciones de su casa, en bailes, teatros y saraos se complacía en mirarla de ese modo que, prodigando expresión a las pupilas, entera a las gentes de lo que uno calla. No se recataba para decir a quien quisiera oírselo que con ella sería feliz; a nadie llegó a permanecer oculta aquella inclinación.

Ocupada únicamente de los ritos, ceremonias y prescripciones que rigen las obligaciones de una mujer que quiere brillar en la carrera difícil de alternar en el gran mundo, disipaba su fortuna para alcanzar este fin; pero la disipaba alegremente, y encontraba la recompensa de sus esfuerzos en las crónicas de los diarios relatando sus paseos y sus recepciones; las líneas de elogios de los ecos sociales la halagaban, aunque, a menudo, era ella misma quien pagaba la inserción.

Con esto consiguió adquirir en la villa cierta celebridad que acabó de exasperarla. Un solo ejemplo dará la medida de la altura a que había llegado la insensatez de Juana. Menudeaban allí los bailes y las recepciones entonadas, a maravilla; y, naturalmente, nadie se acordaba de invitar a la tabernera. Pues estas desatenciones sacaban de quicio a Juana.

En las recepciones de una embajada, conoció al barón de D'Avenda, diplomático extranjero que le doblaba la edad, hombre de corto entendimiento, cuerpo gastado y carácter débil, circunstancias que ella imaginó compensadas con su título, su riqueza, y sobre todo, por lo fácil que le pareció dominarle.

Y después de guardar durante algún tiempo el duelo que sentía por la profesión de su hermana, comenzó a frecuentar, de cuando en cuando, si no la sociedad bullanguera y aparatosa, las recepciones de Palacio, donde era bien quisto por su ejemplar conducta. Allí conoció las beldades de la corte, cuyas «toilettes» y modos le chocaron, a veces hasta la indignación.

Se veia bien que las autoridades habian trabajado con actividad en preparar recepciones oficiales con honores de populares, como acontece donde quiera. En toda la línea se ostentaban bosques de banderas, arcos de triunfo, alegres y vistosos pabellones, escudos de armas y trofeos, inscripciones y medios de iluminacion.

Era un arcángel que iba á llevar un recado del Señor, cumpliendo sus funciones de mensajero celeste. Eva lo reconocía, se acordaba perfectamente de que le había sido presentado asistiendo á sus recepciones en el Paraíso.

Palabra del Dia

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