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Actualizado: 15 de junio de 2025


Volvía otra vez aquella franqueza regocijada, de la que se hacía ella la primera víctima, y continuó bajando el tono de voz con su acento confidencial y cariñoso: Y luego, Rafaelito, usted no se ha fijado bien en . ¡Si soy casi una vieja!... Ya lo ; no necesito su advertencia: tenemos la misma edad, pero la diferencia de sexo y de vida aumentan considerablemente la mía.

Indudablemente, aquel trasto de Rafaelito había relatado a Roberto lo del caballo. Estaban seguras de que todo el paseo conocía el desagradable suceso, adivinando lo que vendría después.

Conmovíale el valor con que había defendido a Concha, y no pudo callar ante la interesada el entusiasmo que sentía por Rafaelito. Su sorpresa fue inmensa al ver el poco caso que Concha hacía de sus palabras.

Y doña Manuela, ofendida por la insistencia de su hijo, que tildaba de «quijotesca», se separó de él casi tan huraña y despreciativa como Conchita. Ahora que Juanito sentía a su alrededor un triste vacío. ¿Quién quedaba en aquella casa que pensase como él? Únicamente en los hombres había que buscar la vergüenza. Rafaelito y él eran los depositarios de la dignidad de la familia.

Otra cosa le preocupaba y le hacía removerse en su sillón. Sacó su reloj, la hermosa pieza cincelada del siglo anterior, e interrumpiendo a la cantante dijo a doña Manuela: Bien está todo; pero ¿a qué hora se come aquí? Cuando venga Rafaelito. A la una. Ya es; mira mi reloj. Te advierto que yo como siempre a las doce, y bastante sacrificio es esperar una hora.

Otro día estaba nerviosa; la molestaban las miradas de Rafael, sus palabras de amorosa adoración, y le decía con brutal franqueza. No se canse usted. Yo ya no puedo amar: conozco mucho a los hombres, pero si alguno me hiciese volver al amor, no sería usted, Rafaelito.

Detrás de las niñas de doña Manuela y sus amigas asomaban algunas veces cabezas de hombres: Rafaelito, su amigo Roberto y Fernando, el teniente de artillería, que por fin había sido presentado en la casa por el hermano de Amparito.

Estaba cogido en la estela de seducción, en aquel torbellino de amor que seguía a la artista por todas partes, aprisionando a los hombres, arrojándoles al suelo quebrantados y sin voluntad, como siervos de la belleza. Temprano nos vemos hoy: buenos días, Rafaelito... Madrugo por ver el mercado. De niña era para un acontecimiento la llegada del miércoles. ¡Cuánta gente!

Por una preocupación extraña, doña Manuela creía preferible que Rafaelito y hasta sus mismas hijas tuviesen conocimiento cíe su deshonra, antes que aquel buenazo, vivo retrato de su padre, para el cual cualquier impresión extraordinaria era la muerte.

¿Dónde os metéis, condenados? preguntaba la hermana al día siguiente . ¿Qué diversión es esa que os hace tan groseros? Mujer, son cosas de hombres. Mientras vosotras bailáis, nosotros nos dedicamos a ocupaciones más serias. Serias, ; tan serias eran, que Rafaelito tenía frita a la mamá según propia expresión , pidiéndola cinco duros al día siguiente de los bailes.

Palabra del Dia

consolándole

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