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Actualizado: 5 de junio de 2025
¿Y no sabe usted adónde ha ido? Nada ha dicho la señora. Despedí a mi ayuda de cámara y me quedé solo paseándome por mi cuarto, aterrado, sintiendo no sé qué recelos. Yo no sabía qué pensar de Amparo; era para mí un misterio.
Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en su menester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿qué le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una mínima.
Al fin, quedé solo con la Junta directiva, porque Villa, Olóriz y Eduardito, mis fieles acompañantes, se habían ido también a coger sitio. Cuando usted guste, señor Sanjurjo me dijo, al fin, el presidente, sacando el reloj.
Doloroso es que allí quede; pero más doloroso seria que allí se quedara y aquí viniera. Sentiria un vivo pesar, si viese alguna vez reproducida en mi país esta costumbre degradante. ¡Qué! ¿Juzgas quizá que tu país es más morigerado que Francia? No; no creo eso.
Tú no querrás siguió diciendo el sacerdote con acento burlón . Eres demasiado «verde», y tu dignidad sufriría mucho paseando al Señor por las calles de Toledo. Pues se equivoca usted. Como querer, sí que quiero; pero el trabajo es demasiado pesado para un enfermo. Por esto que no quede dijo don Antolín con resolución . Lo menos serán diez dentro del carro, y los hay forzudos de verás.
La anciana vino a verme, me arropó y se estuvo acariciándome hasta que me quedé dormida. A la mañana, apenas abrí los ojos, pregunté por mi madre. Me dijeron que estaba en el cielo. La anciana me lavó, me vistió, y me dió el desayuno.
Por lo demás, se alternaban con su hija para ir a ver a la enferma. Esta había tenido un buen día, tan bueno que por primera vez después de quince días no hubo esa noche subida seria de fiebre, y aunque me quedé hasta la una por pedido de Ayestarain, tuve que volverme a casa sin haberla visto un instante. ¿Se comprende esto? ¡No verla en todo el día! ¡Ah!
Yo me lié con la Visitación, que me robó un pañuelo, la muy ladrona sinvergüenza. Le metí mano, y... ¡ras!, le trinqué la oreja y me quedé con el pendiente en la mano, partiéndole el pulpejo... por poco me traigo media cara.
Y me dijiste entonces: »¿Si la muerta pudiera buscar una segunda madre para su hijo, elegiría a otra que a esa hermana, que era, después de ti, lo que ella más quería en el mundo? »Me quedé espantado hasta el fondo del alma, pues jamás me habría atrevido a alzar los ojos hacia ella.
Sí, señor, ¿te sorprende? pues lo mismito quedé yo; estaba entretenido, en la acera de enfrente, en ver sacar los muebles de mi señor hermano, y a cada uno que echaban al carro, lo saludaba, diciendo: ¡toma, pillo! ¡toma, ladrón! cuando ¡cataplum! la señora Casilda que llega y se para a la puerta, con el aire de quien vacila, diciendo: ¿Entro o no entro?
Palabra del Dia
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