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Adoptaba siempre para acostarse posturas diversas y tan fantásticas en ocasiones, que excitaba la admiración de los que le miraban. Si no fuese por las pulgas y las moscas, el Canelo se hubiera juzgado con razón el perro más dichoso de la tierra.

Luego fue preciso echarles a puntapiés de la casa, y trabajamos tres días para limpiarla, porque dejaron por fanegas las pulgas y otra cosa peor. Pero ¿dónde está en este momento milord? Debe andar ahora allá por el Carmen. Dirigime hacia el Carmen Calzado, cuyo gran pórtico frontero a la Alameda, llama la atención del forastero.

Y como era hombre a quien se le suponían malas pulgas, y gastaba unos bigotes desmesurados, el socarrón tembló por su pellejo y no volvió a chistar. Mi buen amigo, cuyo gran corazón y amoj al progreso conocen todos, me dijo que hacía tiempo que pensaba sobre lo mismo, y que él además, ¿eh?, tenía otro proyecto que no tajdará en comunicaj al ilustrado público.

Ya le seguiremos en su interesante regreso al escondrijo donde mal vive. Por de pronto, observémosle en su rudo luchar por la pícara existencia, y en el terrible campo de batalla, en el cual no hemos de encontrar charcos de sangre ni militares despojos, sino pulgas y otras feroces alimañas.

Supongo le dije que me habrá dejado usted algún tema disponible, aunque sea de segundo o tercer orden. Fernández Flórez se rascó la cabeza. Veamos, veamos insistí yo . Ha hecho usted ya el artículo de la lluvia, el del Casino, el de las pulgas... Los había hecho todos, y, además, los había hecho como yo precisamente hubiese querido hacerlos. «Voy a tener que volverme a Madrid», pensaba yo.

¿Quién habrá en esa habitación? me pregunto . ¿Será un enfermo que se revuelca sobre su lecho de dolor? ¿Será acaso un avaro contando su tesoro? ¿Será un veraneante en lucha con las famosas pulgas donostiarras? ¿Será, tal vez, un poeta que sacrifica su sueño para escribir, al dorso de una cuenta sin pagar, versos y más versos en honor de una amada que no existe? ¿Será una hermosa admirándose a misma ante el espejo, o será, quizá, una ex hermosa empastándose las arrugas y arrancándose las canas? ¿Serán unos recién casados? ¿Será un sabio? ¿Será un espía alemán...?

Y le movía la manecita para hacerle saludar a las dos mujeres hasta que doblaron la esquina de la calle del Bastero. viii A las nueve del día siguiente ya estaban allí otra vez ama y doncella, esperando a Guillermina, que convino en unirse con su amiga en cuanto despachara ciertos quehaceres que tenía en la estación de las Pulgas.

El pazguato del marido, siempre que la sorprendía en gatuperios y juegos nada limpios con los militares, en vez de coger una tranca y derrengarla, se conformaba con decir: Mira, mujer, que no me gustan militronchos en casa y que un día me pican las pulgas y hago una que sea sonada.