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Actualizado: 7 de julio de 2025


Cuando me sintió se reclinó en el sillón, y me dijo sonriendo, con la cabeza echada atrás sobre el respaldo: ¡Que feliz soy, Luis! Era la primera vez que Amparo pronunciaba mi nombre de una manera tan familiar. Ahora recuerdo que es también la primera vez en que yo le escribo en estas memorias. En efecto, yo me llamó Luis.

Esta voz era el mayor de los insultos en aquella época, Cuando se pronunciaba, no había remedio: era preciso reñir.

Le acompañaba para que conociese los lugares más elegantes, á la hora del ó por la noche, después de la comida. La expresión maligna y pueril á un mismo tiempo de sus ojos imperturbables y el ceceo infantil con que pronunciaba á veces sus palabras hacían gran efecto en el colonizador. Es una niña se dijo muchas veces ; su marido no se equivoca.

La marquesa, que no había dejado de mirar el rostro de su hija hasta que las lágrimas echaron un velo sobre sus ojos, volvió a rezar, y mientras pronunciaba una oración especialmente consagrada a las ánimas, pensaba así: «Dios te habrá perdonado, pobre alma querida, como te perdoné yo».

Tenía tanto en que pensar el triste del cocinero mayor, que su cabeza estaba hecha una devanadera. Iba y venía con sus cavilaciones, y de todas ellas no sacaba más que una cosa en claro: lo referente á los amores de su mujer con el sargento mayor don Juan de Guzmán. Este pensamiento se formulaba en la frase que Francisco Montiño pronunciaba con los nervios crispados: ¡Como la otra!

Un siniestro presentimiento me asaltó. ¿Dónde está Marta? exclamé adelantándome hacia él. No lo . Se hubiera dicho que cada una de las palabras que pronunciaba iban a ahogarlo. Ni siquiera me dio la mano. Papá salió detrás de él. Mamá se había levantado y los tres se quedaron allí parados, estrechándose las manos como en un entierro. ¿Dónde está Marta? grité otra vez.

Este arreo campestre y el látigo con que venía azotando suavemente las ramas de los arbustos demostraba que había llegado a caballo. Los jóvenes dependientes, al verle, quedaron petrificados de respeto y admiración. Juanito era miembro del club de los Salvajes, y en calidad de tal solía ponerse el frac todas las noches; tenía queridas, caballos, desafíos y deudas, y pronunciaba mal las erres.

He aquí por qué sus padres desconocían un mal que con el tiempo no hacía más que crecer, y finalmente, cayó enferma víctima de una cruel enfermedad, y en los accesos de delirio pronunciaba con frecuencia el nombre de Guillermo. Cuando la fiebre comenzaba a calmarse y Cornelia recobraba el sentido, su madre se sentaba a su lado y la interrogaba de nuevo.

Desde la primera palabra que aquel hombre dijo, tomó el semblante del cocinero una expresión espantosa de sorpresa y de rabia, que fué aumentando á medida que el otro pronunciaba su poco cortés, aunque breve razonamiento, y habían ya acabado, y aún duraba el mutismo colérico de Montiño y su temblor horrible.

El nombre de aquéllas, por orden de edades, era el siguiente: Jovita, Micaela, Socorro y Emilita. Eran las cuatro, en apariencia, seres insignificantes, ni hermosas ni feas, ni graciosas ni desgraciadas, ni muy jóvenes ni viejas, ni tristes ni risueñas. Nada había en ellas que fijase la atención. No obstante, en el seno del hogar el carácter de cada cual se pronunciaba y adquiría relieve.

Palabra del Dia

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