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Actualizado: 6 de junio de 2025
El que se halla en el fondo de un precipicio, no puede tener otro deseo que el de salir y alejarse de él; y a usted, en la situación en que hoy se encuentra, se le puede servir de dos maneras: ayudándole a salir de ella, o trabajar para hacérsela soportable y hasta divertida. Ahora usted dirá de cuál de estos dos extremos se trata.
El caballo de Felipe IV nos parecía un juguete, el Teatro Real una barraca, y el plano superior del cornisamento de Palacio un ancho puente sobre el precipicio, por donde podría correr con holgura quien no padeciera vértigos.
Un gigantesco caballero de Santiago llegó á escalar los últimos peñascos, y derribando á tres arqueros de otros tantos golpes blandía de nuevo la tajante espada, cuando le asió entre sus nervudos brazos el animoso Sir Oliver. Forcejeando furiosamente ambos enemigos, y rodando por el suelo en mortal abrazo, llegaron al borde de la elevada planicie y cayeron despeñados en el horrendo precipicio.
Al borde de aquel precipicio, he pasado muchas horas de contemplación. Allí, por un poder misterioso y consolador, me creía más cerca de Dios, y de los seres que sintetizan y compendian mi fe, mis esperanzas y mis amores.
Muchas y magistrales descripciones de la cascada del Botocan conozco; respetables firmas suscriben aquellas; eminencias en la república de las letras la han admirado; buenos poetas le han consagrado sus inspiraciones, y hasta extraviados amantes la han popularizado haciendo á sus hirvientes espumas, cómplices de amargos desengaños; mas soy franco, ni la tradicional leyenda, ni el fugaz artículo, ni el profundo libro, ni el cuadro, ni la narración, ni nada de lo que hasta entonces había leído, visto ú oído referente á la cascada, se evocó á mi memoria cuando llegamos al borde del grandioso precipicio.
Detenía repentinamente su lengua, con una expresión de inquietud en el rostro. Miraba indeciso en torno de él, como si temiese que fuera á abrirse un precipicio ante sus pies. No olvidaba nunca los respetos debidos á todo visitante de sus dominios, y preparó dos «refrescos». Por primera vez iba á obsequiar á Esteban en esta vuelta de viaje.
Pero, llegado á aquel reborde, no podía subir más el pastor: la roca, lisa por todas partes, no ofrecía ningún punto de apoyo. El perro estaba tan desesperado como su amo: acurrucándose de trecho en trecho, al borde del precipicio, dió algún ladrido corto y luego salió de pronto como una flecha hacia el valle.
Palabra del Dia
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