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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Verdad, dijo Fadrique, que los poetas nunca suelen hacer los argumentos de los poemas; otros, que después se quieren hacer sus intérpretes, los hacen por más curiosidad; que el poeta debe proceder con tanta claridad en su obra, que no sea menester que él se interprete, y aun si fuese posible, sería bien que se excusase el prólogo, el cual sólo dice lo antes pasado.»
¡Cómo se burlarían, si conocieran la verdad, aquellos calaveras que en el Casino relataban sus aventuras amorosas teniendo siempre por prólogo el repentino empujón, la lucha, la posesión violenta a brazo partido al borde de una senda, bajo un naranjo o en el rincón más obscuro de una casa!
Consta también del prólogo de El peregrino en su patria que los dramas de Lope habían ya penetrado en América á principios del siglo XVII, y que se representaron allí con general aplauso.
Ambas van dedicadas al Duque de Sessa. En este propio año apareció también la Parte novena, primera que figura como publicada por el mismo Lope y en cuyo prólogo rechaza por ilegítimas todas las Partes anteriores. No tenía completa razón para ello: muchas de estas Partes habían sido editadas por personas de su intimidad y es de suponer que con anuencia del autor.
Así, cuando el editor de La Regenta me propuso escribir este prólogo, no esperé a que me lo dijera dos veces, creyéndome muy honrado con tal encomienda, pues no habiendo celebrado en letras de molde la primera salida de una novela que hondamente me cautivó, creía y creo deber mío celebrarla y enaltecerla como se merece, en esta tercera salida, a la que seguirán otras, sin duda, que la lleven a los extremos de la popularidad.
Mauricio Rapp, en el prólogo á su traducción de Los dos gentiles hombres de Verona, de Shakespeare, dice: «Esta pieza da á entender el influjo del teatro español.» No creo que el poeta la leyera en su lengua original; pero sí que se la haya hecho contar y traducir.
Y no creería yo cumplir con lo que pienso y con lo que siento, si no terminase este prólogo estampando, al lado del nombre del gran pintor realista de las Escenas Montañesas, el nombre del pintor idealista, rico en ternuras y delicadezas, que ha envuelto aquel paisaje en un velo de suave y gentil poesía.
Sin ciencia ni entendimiento para lo primero, me encuentro con demasiado buen corazon para lo segundo, y dejo el libro de mi amigo querido á los que de una clase y de otra no faltan en nuestra república literaria: á los primeros se lo abandono con alegría y confianza; á los segundos... por fuerza se lo entrego. Si el prólogo no se ha de leer, más vale que sea mio que de una persona autorizada.
Con aparente razón me argüirás, respetado y querido lector, que cómo y por qué, si me considero sin fuerzas para darle cima, tengo la osadía de pretender ejecutaría; y yo te replicaré humildemente que, considerando que es la más antipática forma de la soberbia y la presunción la intempestiva modestia, virtud que tan pocos tienen y con tantísima frecuencia se falsifica, si hubiera sido un íntimo amigo el que me hubiera solicitado para tal empeño, con la confianza que dá la amistad hubiera rehusado el complacerle, exponiéndole franca y sinceramente mi incompetencia y los perjuicios que á su obra le irrogaría el ir precedida de un prólogo de persona de tan poca autoridad como soy yo; pero se trataba de un escritor meritísimo, según he podido comprobar por la lectura de su obra, que era para mí completamente desconocido, y cuya jerarquía en la milicia, aunque honrosísima, es modesta, y una negativa mía tal vez la hubiese considerado como desdén más bien á la persona que al libro, incurriendo yo, sin pretenderlo, en desconsideración y descortesía.
Y como esto del público y sus perezas o estímulos, aunque pertinente al asunto de este prólogo, no es la principal materia de él, basta con lo dicho, y entremos en La Regenta, donde hay mucho que admirar, encanto de la imaginación por una parte, por otra recreo del pensamiento.
Palabra del Dia
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