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Pronto quedaron instalados caballeros y escuderos en una de las lanchas y sus caballos en una barcaza prevenida al efecto. Apenas llegó el barón á tierra hincó la rodilla y elevó al cielo ferviente súplica. Después sacó de su pecho un pequeño parche negro y poniéndoselo sobre el ojo izquierdo lo ató firmemente, diciendo: ¡Por San Jorge y por mi dama!

Al apartarse, Paz le sujetó las manos y, fijando en él los ojos, le dijo, ansiosa de leerle el pensamiento en la mirada: ¿De verdad me quieres? ¡Ojalá estuviera tan cierto de que llegarás a ser mía como lo estoy de mi cariño! Ella se quitó entonces un anillo de oro que llevaba entre otras sortijas, y poniéndoselo a Pepe, le dijo, con la leal franqueza de quien entrega el alma: ¿Entiendes?

¡Hombre, muy hermoso!... No sabía yo que en Constantinopla hubiese un templo semejante. ¡Qué columnas tan preciosas! ¡qué columnas!... Vea V., D. Facundo, vea V. dijo Romillo quitándoselo al coronel y poniéndoselo delante al boticario. Al mismo tiempo apretó un resorte que el aparato tenía, y trocó la vista del templo por la de una figura obscena.

La Serrana y Lola siguieron: Para España su nombre es tan grato, que er nombrarlo nos causa plaser; como Antoñito Sánchez, er Tato, denguno ha imitao el volapié. ¡Qué lástima de torero! Será eterna su memoria. ¡Mardito sea asta aquer toro que le ha quitao al arte su gloria! Concha se había despojado del sombrero y hacía con él mil gestos y carocas, ora poniéndoselo, ora quitándoselo.

La marquesa pidió un crucifijo, y poniéndoselo delante, díjole que hiciera ante él examen de conciencia, en tanto que llegaba el padre; tomólo Diógenes con ambas manos y besólo devotamente, mas dejólo caer a poco sobre la colcha, llorando desconsolado. ¡Si no , María!... ¡Si no me acuerdo!... No te apures, hombre, yo te enseñaré en un momento...

Qué elasticidad de movimientos, qué vertiginosa rapidez, la que el tendero de aquel tiempo desplegaba para medir sobre la vara, el lote vendido, dejándolo amontonarse ampulosamente sobre el mostrador con elegante negligencia, acariciando el género con los dedos, llevándolo a los ojos de la compradora, poniéndoselo en la mano, refregándolo para justificar la falta absoluta de goma y otras añagazas de fábrica, y hasta trayendo el único vaso de la trastienda lleno de agua para ensopar en él el extremo de la pieza de muselina y justificar la tinta indeleble de la tela.