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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Vimos al señor Domingo tomar en sus brazos sucesivamente a los dos niños. Aquel grupo animado de brillantes colores permaneció parado un momento en el verde sendero, destacándose en medio de la tranquila campiña iluminado por el fuego de la tarde, como envuelto de toda la placidez del día que acababa.

Salvatierra, en la exaltación de su pensamiento, quería estrujar todos los fantasmas con los que se había aterrado o entretenido durante siglos a los menesterosos, para que no estorbasen la feliz placidez de los privilegiados. Sólo la Justicia social podía salvar a los hombres, y la Justicia no estaba en el cielo, vivía en la tierra.

Era como el tinte de placidez que toma la cara del buen burgués al penetrar en el hogar doméstico. Saludáronse los dos amigos con el afecto de siempre.

La completa placidez de su temperamento vedaba todo extremo de entusiasmo a su alma: algo había en aquella niña del reposo olímpico de las griegas deidades; ni lo terrenal ni lo divino agitaban la serena superficie del ánimo.

Las reminiscencias de don Juan no eran castas, y, sin embargo, al desvanecerse y borrarse le dejaban en el alma cierta serena placidez; semejantes al humo que cuando se alza de la tierra es vapor sucio, y que a veces acaba por parecer en el espacio nube resplandeciente y limpia. Dos años y unos cuantos meses pasaron Cristeta y don Juan, viviendo de esta suerte, cada uno por su lado.

Claro está que el Gobierno español debe estar prevenido para todo evento, sin que ninguno por peligroso que sea, le sorprenda ó le asuste; pero, al mismo tiempo, nos atrevemos á recomendarle placidez y calma. Aun suponiendo al Sr.

Mario notó, al poner el pie dentro, el perfume de placidez y candor que exhalaba y sintiose poseído de respeto. Sin embargo, en el fondo de la estancia no había ningún ángel en oración o virgen en éxtasis, sino dos hombres tomando café al pie de un velador y saboreando copitas de ron. D. Jeremías Laguardia, muellemente recostado en una mecedora, chupaba un tabaco habano de tamaño disforme.

Toda esta serenidad, toda esta placidez se cambia en agitación y en violencia cerca de la costa, junto al acantilado del Izarra, con sus lajas pizarrosas, negras, hendidas, y sus rocas diseminadas como monstruos marinos entre las aguas. La lucha del mar y de la tierra tiene en estos arrecifes acentos supremos.

La de Grevillois permanece seria y con una expresión de placidez, como si no oyera lo que se dice. A la Marquesa de Oreve, por el contrario, le divierten extraordinariamente las ocurrencias del señor Kisseler y, si está callado, lo que es raro, no deja de incitarlo: «Kisseler está triste esta noche... Se conoce que no le inspiramos.» Y esto basta para inflamar la pólvora.

Al fondo, a través de una atmósfera azul, se dibujaban los bosques, los valles y las peñas como el musgo y los guijarros de un lago bajo el cristal azulado. Ni una ligera aurilla agitaba la placidez del ambiente.

Palabra del Dia

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