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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Los Griegos y Romanos primero, y despues los Escolásticos, que siguieron sus pisadas, hablaron de estas potencias con mucha confusion, tomando unas por otras, y mezclando sin orden los actos de ellas, atribuyendo á una la operacion que pertenece á la otra.
Sin notar, al parecer, la mirada de reproche que la señorita Margarita dirigió al obsequioso gentil hombre, acepté sus espuelas. Cinco minutos después, un ruido de pisadas desordenadas anunciaba la aproximación de Proserpina que traían trabajosamente al pie de la escalera del jardín reservado, y que era, entre paréntesis, una yegua muy bella mestiza, negra como el azabache.
Y había en Ester tal suma de sentimiento femenino, que apenas podía perdonarle, y menos que nunca ahora cuando casi se oían, cada vez más próximas, las pisadas del Destino que se acercaba á toda prisa, no, no podía perdonarle que de tal modo le fuera dado abstraerse del mundo que á los dos les era común, mientras ella, perdida en las tinieblas, extendía las manos congeladas buscándole, sin poder hallarle.
Luego, yo no soy soberbia, y no creo que yo solo soy hermosa: ¡tú dices que yo soy hermosa! yo sé que fuera de mí hay muchas cosas y muchas personas bellas y grandes; yo sé que no están en mí todas las hermosuras de la tierra, y como a ti te caben en el alma todas, y eres tan bueno que te he visto recoger las flores pisadas en las calles y ponerlas con mucho cuidado donde nadie las pise, creo, Juan, que yo no te basto, que cualquier cosa o persona hermosa, te gustaría tanto como yo, y odio un libro si lo lees, y un amigo si lo vas a ver, y una mujer si dicen que es bella y puedes verla tú.
Sintió Quevedo el ruido de las pisadas de algunos hombres, y luego cerrarse una puerta.
Siempre había en las cuadras caballos o mulas forasteras, masticando abundante pienso, y en los anchos salones se oía crujir incesante de botas altas, pisadas de fuertes zapatos, cuando no pateo de zuecos.
El lodo, apenas endurecido, estaba lleno de pisadas, y un frondoso grupo de castaños que había en la falda del montículo tenía, a trechos, rotos y astillados los troncos, en torno de los cuales caían desgajadas algunas ramas con las hojas ya mustias. A dos kilómetros de las primeras casas del pueblo, una serie de montones de escombros indicaba el lugar donde estuvo la estación del ferrocarril.
Cuando se encontraron solas, oyeron ruido de pisadas detrás de la puerta de la cochera, después órdenes dadas en voz breve y por último ese grito casi inarticulado que lanzan los marineros cuando tiran del cabrestante.
Comenzó el carruaje a marchar despacio, pero, al poco tiempo, volvieron a oirse como pisadas de caballos. Ya no quedaban municiones; los caballos del coche estaban cansados. Vamos, Bautista, un esfuerzo grito Martín, sacando la cabeza por la ventanilla . ¡Así! Echando chispas. Bautista, excitado, gritaba y chasqueaba el látigo.
Temblaba el aire, dicen, de los mugidos terribles, y deshacía el elefante el cañaveral con las pisadas, y sacudía los árboles jóvenes, hasta que de un impulso vino contra el del cazador, y lo echó abajo. ¡Abajo el cazador, sin tronco a que sujetarse! Cayó sobre las patas de atrás del elefante, y se le agarró, en el miedo de la muerte, de una pata de atrás.
Palabra del Dia
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