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Actualizado: 19 de junio de 2025
Aquél era el antro del vicio, el lugar donde las mujeronas de la opereta fumaban y bebían entre los hombres con los pies en un asiento o sobre el borde de la mesa... Y bastaba una ligera invitación de los amigos o parientes entregados a interminables partidas de poker, para que todas ellas se decidiesen a entrar con el mismo aire de encogimiento ruboroso y audacia pecaminosa que las había acompañado en sus visitas disimuladas a los cabarets y bailes de Montmartre. ¡Bueno es verlo todo!... Además, estaban de fiesta, la gran fiesta del viaje.
Los pies estaban descubiertos; parecían haberse estirado en convulsiones contra la madera de la cama y después haber vuelto a caer sin fuerza.
Metido ya en la grieta como una lagartija, apenas daba el camino, «usgoso» y desconcertado, para sentar sus pies, con grandes precauciones, mi jamelgo.
Le llamé, le puse por condición que nos fuésemos a viajar, que me llevase a París, y nos entendimos; por su parte me exigió que permaneciésemos en Madrid ocho días y que durante ellos no pusiera Pepe los pies en mi casa. Lo prometí formalmente y aquella misma tarde comencé a cumplir mi compromiso.
Cascadas del Niagára y Tequendama Donde el agua de un mundo se derrama Para apagar de América la sed! Amazonas, Ontario, bello Plata, Donde la vírgen pura se retrata En la márgen bañándose los pies! Pampas inmensas, selvas olorosas, Del Andes cordilleras orgullosas Que corona la ardiente cruz del Sud!
El parque de Greenwich es el Saint-Cloud de los vecinos de Lóndres. En el fondo de ese hermoso parque se levanta el famoso observatorio astronómico, cuya cúpula tiene unos 250 piés de elevacion sobre el nivel del Támesis.
8 He aquí yo iré al oriente, y no lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré. 9 Si al norte él obrare, yo no lo veré; al mediodía se esconderá, y no lo veré. 10 Mas él conoció mi camino; me probó, y salí como oro. 11 Mis pies tomaron su rastro; guardé su camino, y no me aparté. 12 Del mandamiento de sus labios nunca me separé; guardé las palabras de su boca más que mi comida.
Gillespie encontró interesante el hormiguero que rebullía y centelleaba bajo sus pies. Un resplandor de aurora ligeramente sonrosado iluminaba las calles, sin que él pudiese descubrir los focos de donde procedía. Tal vez emanaba de misteriosos aparatos ocultos en los aleros de los edificios. Pero lo que más admiró fué el continuo tránsito de los vehículos automóviles.
Sin saber cómo tampoco, se vió en una habitación, que no habían desguarnecido todavía, ella sentada y la niña a sus pies, besándola, y repitiendo: ¡Oh! tía Silda, tía Silda...
Debe de ser muy buena. Mal genio; pero tocante a... vamos, a eso que usted anda buscando, me paece a mí que es perder el tiempo. En fin, yo haré lo que usted me mande, con una sola condición: que no parezga usted por donde vivimos, a lo menos hasta que... ¿Hasta que nos arreglemos? Cabalito. Te lo prometo; me ayudas, te pago bien, y por ahora no pongo los pies en vuestro barrio.
Palabra del Dia
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