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Actualizado: 4 de junio de 2025
-Ahora acabo de creer -dijo a este punto don Quijote- lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren.
Más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso, y tengo por sin duda que los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido perseguirme a mí con don Quijote el malo. Pero no sé qué me diga; que osaré yo jurar que le dejo metido en la casa del Nuncio, en Toledo, para que le curen, y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien diferente del mío.
Ni es tan ligado Sísifo á su peña, Porque jamás holgamos en poblado, Si no es que de vivienda sea pequeña: Y entonces aún nos ponen en cuidado Algunos mozalbetes, que importunos Nos persiguen que honremos su tablado. Caminamos á veces medio ayunos, Ni perdonamos al invierno helado, Aunque nos convirtamos en Neptunos.
Si el acaso lo echa alguna vez de improviso entre las garras de la justicia, acomete a lo más espeso de la partida, y a merced de cuatro tajadas que con su cuchillo ha abierto en la cara o en el cuerpo de los soldados, se hace paso por entre ellos, y tendiéndose sobre el lomo del caballo para sustraerse a la acción de las balas que lo persiguen, endilga hacia el desierto, hasta que, poniendo espacio conveniente entre él y sus perseguidores, refrena su trotón y marcha tranquilamente.
No teniendo ocasión de combatir, háselas dispensado de armarse de las horrorosas quijadas y sierras, esos instrumentos de muerte y de tortura que el tiburón y tantos otros animales débiles adquirieron á fuerza de consumar asesinatos. A nadie persiguen. El alimento más bien acude á su alcance, traído por el oleaje.
Digna es, por tanto, de ser tratada y explicada más prolijamente. Arminda, princesa de Trinacria, y sus dos pretendientes, los príncipes de Rusia y de Suavia, persiguen á Leonido con sus espadas desenvainadas, dándole apenas tiempo de refugiarse en una barca con un compañero fiel, y escapar, á fuerza de remos, de sus perseguidores.
Si el cura ocupa al zapatero o a otro, y está mal con el administrador, si éste lo sabe, inmediatamente lo despacha a los trabajos de comunidad, para que retarde o no haga la obra; luego lo sabe el cura, y está armada la zambra, y de todas las resultas las paga el indio o los indios, a los que se persiguen porque otros los protegen.
Ya había tenido ocasión de conocer a más de una de esas eslavas de alma misteriosa, de esas jóvenes que en la flor de la edad, tras de estudios más que severos, persiguen con férreo corazón un trágico ideal, y por él, para asegurar su triunfo, no solamente sabían desafiar y vencer toda clase de resistencias y obstáculos, sino también sacrificar la vida.
Su faz se enrojeció fuertemente, sus labios temblaron, tapose la cara con las manos y gritó con un sollozo: ¿Quién ha sido; quién? ¿Quién ha puesto así a mi nieto?... Alguno de esos infames que me persiguen... ¡La cabeza me arde!... ¡Quitadlo, quitadlo de aquí! Que yo no lo vea... ¡No, no! ¡no he sido yo!
Y las voces frescas y traviesas vuelan junto a las voces serias y graves, que las persiguen, que las amonestan, que reclaman de ellas cordura, mientras las notas de la guitarra, prestas, armoniosas, volubles, se mezclan agudas en los retozos de las unas, se adhieren profundas a los consejos de las otras.
Palabra del Dia
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