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Actualizado: 1 de junio de 2025


¡Cosas de la fortuna! contestó el otro. Jaime amaba al comendador porque había representado en el seno de la noble familia el desorden, la libertad, el desprecio de las preocupaciones... ¡Lo que a él le importaban las diferencias de raza y religión cuando sentía el deseo de una mujer!... Había vivido en la madurez de su existencia retirado en Túnez, con sus buenos amigos los ricos corsarios, que en fuerza de odiarle y perseguirle acabaron por ser sus camaradas.

El fantasma se achicaría, haciéndose invisible, para engañarle y resurgir luego en todas sus horas de pensativa soledad; iba á amargar sus noches en vela, á perseguirle á través de los años lo mismo que un remordimiento. Afortunadamente, las imposiciones de la vida real fueron repeliendo en los días sucesivos estos recuerdos tristes.

Y parecía dispuesto a matarla, teniendo que hacer grandes esfuerzos los gañanes para llevárselo afuera. ¿Quién hacía caso de mujeres?... Había que dejar a la vieja, que estaba loca por el dolor. Y, cuando vencido por las reflexiones de Salvatierra y los empellones de tantos brazos, traspuso la puerta de la gañanía, aún oyó la voz agria de la bruja, que parecía perseguirle.

Es más, suponía que después de haber inspirado el artículo de Leporello en El Universal que tanto le había herido, después de haber influido para que retirasen prematuramente su drama del cartel, todavía se empleaba villanamente en perseguirle y desacreditarle.

¡Qué será un invierno pasado así, Dios mío! se decía una noche mientras se acostaba en busca del sueño, único amparo que hallaba en medio del aburrimiento que empezaba á perseguirle.

Gonzalo le siguió poco después, pero al echar una mirada en torno, le vió entre las sombras, montado a caballo, lanzándose a la carrera en dirección a Nieva. Comprendió en seguida que era inútil perseguirle.

Harto presentía Morsamor que el Brahmatma, con gran golpe de gente de guerra, había salido a perseguirle, aunque no había podido hasta entonces darle alcance por la mucha delantera que Morsamor y los suyos habían tomado. Sin tropiezo vi encuentro alguno desagradable, llegaron los que huían a una vastísima e intrincada selva, resplandeciente de lozana pompa y florida verdura.

Cerca anduvo de arrepentirse por su condescendencia aquel santo varón; casi se asustó de haber aceptado tamaña responsabilidad, pero jamás llegó a preocuparse formalmente: primero, porque su compromiso era sólo verbal y no había pruebas que pudieran perjudicarle; segundo, porque ¿quién habría en la comarca capaz de perseguirle ni acusarle?

Barret iba detrás, intentando perseguirle, sujeto y contenido por los fuertes brazos de unos mocetones, desahogando su rabia contra aquel bruto que le impedía defender lo suyo. «¡Pimentó»!... ¡Lladre!... ¡Tórnam la escopeta!... ¡Pimentó!... ¡Ladrón!... ¡Devuélveme la escopeta!...

Algo chillaba dentro de él que se lo decía. Era criminal, y sus perseguidores tenían razón en perseguirle, y aun en matarle atándole en un palo y estrangulándole.

Palabra del Dia

irrascible

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