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Actualizado: 22 de julio de 2025
Algo extraordinario cortó el aire, dominando con su estridencia los confusos ruidos de la noche. Era un grito, un aullido, un relincho, una de aquellas voces hostiles y burlonas con que los atlots vengativos se llamaban en la sombra. Jaime sintió un impulso de levantarse, de correr a la puerta, pero luego permaneció inmóvil. El tradicional auquido había sonado a alguna distancia.
Rafael permaneció inmóvil largo rato, alejándose al fin, cuando dejó de percibir en sus labios la impresión de la mano de María de la Luz. Transcurrió aún mucho tiempo antes de que los habitantes de Marchamalo diesen señales de vida. Los mastines ladraron dando saltos, cuando el capataz abrió la puerta de la casa de los lagares.
Doña Juana permaneció un momento en la reja mirando de una manera ansiosa al lugar por donde el bulto había desaparecido, como si hubiera querido atraerle, y luego se retiró, cerró lentamente las maderas, y se fué á la mesa, tomó su libro de devociones, cortó algunas hojas, y luego buscó unas tijeras y se puso á cortar letra por letra.
Pero por lo menos no habrá allí, así lo espero, minaretes de flechas agudas sobre los cuales sienten a las gentes, mezquitas donde insulten a las jóvenes, y cristianos que degüellen a un anciano como un corzo. Además, usted no ha estado allí, ¿verdad, comandante? Sí, Blasillo. ¿Y permaneció usted mucho tiempo en ese hermoso país?
Sus ojos miraron con estúpida fijeza los dibujos del empapelado, las láminas piadosas de este cuarto que había servido de albergue á los peregrinos ricos. Permaneció inmóvil y abstraído como los orientales, que piensan en su carencia absoluta de pensamientos. Una idea única danzaba en el vacío de su cráneo: «Y no la veré más... ¿es esto posible?»
Opúsose de nuevo al drama popular, ya que no en el teatro, al menos en la literatura, cierta tendencia clásica y erudita, y la victoria permaneció indecisa por entonces.
Toda la noche la pasé en un puro grito... Después..., después ese tigre de don Máximo no ha venido todavía a pesar de haberle enviado dos recados... ¡Que Dios le perdone!... ¡Que Dios le perdone! Doña Gertrudis cerró los ojos como si se dispusiese a morir sin auxilios temporales ni espirituales. Ricardo, acostumbrado a estos exabruptos, permaneció buen rato silencioso.
Pero éste no hizo caso, y continuó: ¿Pensará usted, señor, que sin duda al volver de España permaneció quieta la hermosa? ¡Quia! ¡Que si quieres! ¡Su marido había tomado aquello con tanta calma! Eso la animó para volver a las andadas. Después del español, hubo un oficial, a éste siguió un marinero del Ródano, más tarde un músico, después, ¡qué sé yo!
¡Ah, excelentísimo señor! exclamó el alcalde inclinándose hasta el suelo y apreciando al mismo tiempo, por el tacto, que la sortija tenía una gruesa piedra. Si alguien tiene noticia de que me habéis encontrado, os pesará. Descuide, descuide vuecencia, que no lo sabrá nadie. Quedad, alcalde, con Dios. Dios vaya con vuecencia. El duque se alejó y el alcalde permaneció por algunos segundos inmóvil.
Sí; pero si cesó de venir á mi cuarto, siguió teniéndome en su casa y sus atenciones, dignas de todo agradecimiento, no se interrumpieron.... Acaso permaneció alejada por delicadeza. ¿Por delicadeza? ¡Ah! Decididamente, no la conoces.
Palabra del Dia
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