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Actualizado: 20 de junio de 2025


La soberbia es sin duda un mal consejero, no solo por el objeto á que nos conduce, sino tambien por la dificultad que hay en guardarse de sus insidiosos amaños; pero es seguro que poco falta si no encuentra en la pereza una digna competidora.

Para las gentes amigas de clasificaciones, que una vez encasillan á un autor ya no lo sacan, por pereza mental, del alvéolo en que lo colocaron, yo seré siempre, escriba lo que escriba, «el ilustre autor de LA BARRACA».

Este había creído seriamente en su vocación, descubriendo cada día nuevas facultades en él. Su apocamiento de ánimo era tomado como pereza; su miedo, como falta de vergüenza torera.

En Tomahavi vide una estrañeza, Que es digna de contarse de camino: En un pantano grande de llaneza De tierra, está temblando de contino, A llegando perros, sin pereza Bailando como recio torbellino, Se arrojan en la fuente se cuecen, Y vivos con su baile alli perecen.

Desde hace algún tiempo se nota en nuestra sociedad una preocupación creciente contra la inmoralidad, contra el vicio, contra la pereza, en general, contra los con razón llamados males sociales.

Si bien es cierto que la prudencia aconseja ser mas bien desconfiado que presuntuoso, y que por lo mismo no conviene entregarse con facilidad á empresas arduas, tambien importa no olvidar que la resistencia á las sugestiones del orgullo ó de la vanidad, puede muy bien explotarla la pereza.

La falta de hábitos de trabajo, la pereza de pastor, la costumbre de esperarlo todo del terror, acaso la novedad del teatro de acción, paralizan su pensamiento, lo mantienen en una expectativa funesta que lo compromete últimamente y lo entrega maniatado a su astuto rival.

Todo lo hacía por espasmos y se cansaba de todo, de sus estudios, de su pereza y de sus desórdenes. Era hombre de mucha capacidad, notable como músico; como predicador, muy elocuente; y hábil periodista. A los cincuenta y dos años murió, y su mujer e hijo quedaron en la miseria. Pero Franz Schubert, el niño maravilloso de Viena, vivió de otro modo, aunque no fue mucho más feliz.

Los comensales escuchaban embelesados aquella ingeniosa defensa de la pereza y se creían en el caso de reir y decirse unos a otros por lo bajo: ¡Este Fuentes! ¡oh! ¡este Fuentes tiene la gracia de Dios! Y alguno, por el placer de oirle nada más, le llevaba la contraria. Pero hombre, ¿habrá nada más agradable que levantarse por la mañana a respirar el aire puro y bañarse con la luz del sol?

He dejado correr la pluma, movido del fervoroso celo al servicio del Rey y á la nacion; pues no quisiera que ninguna extrangera en ningun tiempo tuviese la gloria de enseñarnos lo que nosotros debiamos saber, haciendo ver al mundo nuestra ignorancia y pereza, cuando esto sucediese.

Palabra del Dia

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