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Actualizado: 10 de junio de 2025


¡Pepet!... ¡Atlot! Una voz femenina sonó a lo lejos, como un cristal, cortando el denso silencio de las primeras horas de la tarde, cargado de vibraciones de calor y de luz. Sonaba cada vez más fuerte, al repetirse, como si se aproximase a la torre.

Indudablemente no tenía bastante para tal compra. Luego, en otra tienda adquirió un cuchillo para Pepet, el más grande y pesado que encontró, un arma absurda, capaz de hacerle olvidar la de su glorioso abuelo.

No había intentado saber quién fuese el agresor. Eran muchos los rivales, y además había que tener en cuenta a sus padres, tíos y hermanos, casi la cuarta parte de la isla, prontos a mezclarse por la honra de la familia en una guerra de venganzas. Pienso decía Pepet que el Ferrer no es tan valiente como dicen. ¿Y usted qué cree, don Jaime?...

Apenas si Pepet salía de su casa: olvidaba los campos, dejaba en libertad a los jornaleros, no quería apartarse ni un momento de su mujer; y las gentes, a través de la puerta entornada o por las ventanas siempre abiertas, sorprendían los abrazos; los veían persiguiéndose entre risotadas y caricias, en plena borrachera de felicidad, insultando con su hartura a todo el mundo.

Y Pepet sonreía con feroz deleite, como un pequeño salvaje que ve próxima una matanza. Admiraba a Margalida, reconociendo en ella una autoridad mayor que la del padre, por lo mismo que no estaba basada en el miedo a los golpes. Ella lo dirigía todo en la casa. La madre marchaba tras sus pasos como una doméstica, no osando hacer nada sin consultarla.

Tuvieron un hijo, y dos meses después murió Pepet lentamente, como luz que se extingue, llamando a su mujer hasta el último momento, extendiendo hacia ella sus manos ansiosas. ¡La que se armó en el pueblo! Ya estaba allí el efecto de las malas bebidas. La vieja se encerró en su casucha temiendo a la gente; la hija no salió a la calle en algunas semanas y los vecinos oían sus lamentos.

Pepet se acordaba de la vuelta del verro a San José.

Un gesto expresivo del Capellanet ayudó a su memoria. Un verro es un hombre cuyo valor no necesita probarse, pues tiene pudriendo tierra uno o varios ejemplos de la dureza de su mano o de lo certero de su puntería. Pepet, para que los suyos no quedasen por debajo del Ferrer, volvió a recordar a su abuelo. También había sido verro, pero los antiguos sabían hacer mejor las cosas.

Había querido con el alma a su pobre hermano, le quería aún; si había muerto fue por no creerla a ella, a ella que no había tenido valor para ser esquiva y fría con un hombre tan enamorado. Pero el valentón la escuchaba acentuando cada vez más su sonrisa, que era ya una mueca. ¡Calla, filla de la Bruixa! Ella y su madre habían muerto al pobre Pepet.

, lo tendrás dijo Jaime . Y si tu padre no te lo da, yo te compraré el mejor que encuentre en Ibiza. El muchacho se frotó las manos, brillándole los ojos con fulgores salvajes. Es sólo para que seas hombre como los otros continuó Febrer ; pero ¡nada de usarlo! Un simple adorno nada más. Pepet, ansioso de realizar cuanto antes su deseo, contestó con enérgicos movimientos de cabeza.

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