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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Respondía a su marido, pegaba a sus hijos, insultaba a los peones, encarábase con el mismo patrón y vociferaba el día entero. Propios y extraños tenían miedo a su lengua ponzoñosa y a su genio luciferino. Tolerábanla sólo porque era honesta y muy trabajadora. En sus habilidades de cocinera no le conocían rival...
Estos peones deberían ser voluntarios, y se les habría de pagar semanalmente, regulándoles un jornal muy moderado, que en mi inteligencia bastaría para que no faltasen peones y que trabajasen con empeño, el que a los más trabajadores y aplicados se les regulase a 6 reales por semana, a 5, 4 y 3 a los de menos actividad, graduando la de cada uno; dándoles a todos una abundante comida al mediodía, y a los muchachos, muchachas, viejos y viejas bastaría el que les alcanzase el jornal a vestirse y alimentarse.
Todo chorreaba vino nuevo: los muros transpiraban humedad de vendimia; pesados vapores formaban niebla en derredor de las luces. El señor Domingo estaba entre los peones ocupados en la faena de prensar y alumbraba sosteniendo una lámpara de mano a cuya luz le descubrimos en aquella semioscuridad.
Pero este hecho tiene su historia característica. Trabajaba de peón en Mendoza en la hacienda de una señora, sita aquélla en el Plumerillo. Facundo se hacía notar hacía un año por su puntualidad en salir al trabajo y por la influencia y predominio que ejercía sobre los demás peones.
Inútil me parece decir que para nosotros era un verdadero «buen retiro»; en aquellos tiempos todavía se conservaban muchas de las costumbres del Virreinato, y mi padre era para los peones y sirvientes, más que el amo a quien se debía respeto, el jefe de una dilatada familia. La capilla era quizá la estancia más interesante de la Hacienda.
No había más bailadores que los peones empleados en la vendimia y uno o dos jóvenes de los alrededores a quienes había atraído el son de la cornamusa.
Era el malestar moral, la protesta contra los caprichos de la Fortuna que acababa de pasar por allí, á la vista de todos, tocando á algunos y volviendo la espalda á los demás. El explotador de la mina había sido jornalero al lado de muchos que ahora eran sus peones; al dueño de la fábrica lo habían conocido los trabajadores casi tan pobre como ellos.
El Chanchuelo me dijo, que el camino que llevaban los dos peones que van á Buenos Aires, es el peor, y que el camino mejor era por cerca de la costa hasta el Volcan, y que desde el Colorado hasta el Quenquen habia cinco dias de camino bueno. De mañana salí para el Rio Negro, y al mismo tiempo se fueron los indios: llegué al Paso de los Faroles, y me fué preciso dar allí fondo para abalizarle.
Para mantener todas estas faenas, o aquellas que más cuenta ofreciesen, se deberían conchabar los indios que fuesen precisos para peones, aplicando a los muchachos y viejos a las ocupaciones en que ellos pudiesen dar cumplimiento.
La industria, al enriquecer al país, corrompía las aguas puras y cristalinas de la época pastoril. El doctor recordaba la miseria de los peones de las minas, que les hacía huir de las fuentes de la montaña, porque sus aguas abren el apetito y facilitan la digestión. Preferían el líquido rojo é impuro de los lavaderos porque, ensuciando su estómago, hacía menos frecuente el hambre.
Palabra del Dia
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