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Actualizado: 16 de septiembre de 2025
Mientras duró la confesión, D. Juan paseaba agitadamente por el amplio corredor de la casa en espera, devorado por curiosidad ardiente, presa de vagos y tristísimos presentimientos. Salió al fin el penitenciario, quien sin responder a la muda interrogación que le dirigía con la vista, tomole gravemente de la mano y le llevó en silencio hasta su propia habitación, donde se encerraron.
Es consolador observar que en todas partes el desarrollo de la libertad corre parejas con la mejora del régimen penitenciario, como se ve en los Estados de Norte-América, en Suiza, en Bélgica, en Báden y en la Gran Bretaña.
D. Francisco Javier Lizana, nació en Arnedo, Obispado de Calahorra, estudió gramática y filosofía con los jesuitas de Calatayud, jurisprudencia civil y canónica en la antigua Universidad de Oñate y en la no menos antigua de Zaragoza donde recibió los grados de Licenciado y de Doctor y el claustro le nombró Presidente de la numerosísima Academia de dicha facultad: fue Doctoral de Sigüenza, Penitenciario de Zamora, Gobernador de esta Mitra, Obispo Auxiliar del Arzobispado de Toledo, y después por nombramiento del Rey D. Cárlos IV, Obispo de Teruel en cuya ciudad hizo su entrada el cuatro de Diciembre de 1799; el mismo día, esplicó su celo por el decoro del Templo y dio orden de hacer colgaduras de terciopelo carmesí y galones de oro para el Presbiterio y de damasco para las columnas, colocándose todo a sus espensas: al día siguiente manifestó su misericordia y beneficencia, llevando la primera atención de sus visitas los pobres enfermos y encarcelados a quienes socorrió con largueza y con saludables exhortaciones que repetía casi todas las semanas, atrayendo con su ejemplo a muchos de los sacerdotes que le ayudaban en estas laudables tareas: manifestó mucho celo por las Iglesias de su Obispado, formó una Congregación de ministros del Señor para predicar al pueblo en la Iglesia del Seminario y sus oficinas fueron notables por la diligencia y acierto con que eran despachados cuantos asuntos afluían a ellas: en 1802 fue promovido al Arzobispado de Méjico, sintiéndose mucho en la provincia la ausencia de tan ilustrado y laborioso Prelado.
Apoyando la mano en el hombro de él, su mujer miró los garrapatos que trazaba con febril mano sobre un papel. «Ved aquí fijados los puntos capitales balbucía él, escribiendo . Solidaridad de sustancia espiritual. La encarnación es un estado penitenciario o de prueba. La muerte es la liberación, el indulto o sea la vida verdadera. Procuremos obtenerla pronto...».
Fue el propio penitenciario quien se ofreció a hablar con Granate y seguir las negociaciones. El indiano relinchó de gozo al saber de lo que se trataba. Pero su naturaleza de aldeano astuto y la pasión de la avaricia, que era la que hasta entonces le había dominado, alzaron la cabeza.
Quisiera visitar el establecimiento penitenciario... Hay que pedir permiso al gobernador. ¡Ah! ¿Y dónde está el gobernador? Con la habitual complacencia francesa, el sargento buscó con la vista al rededor y viendo un vigilante canaco que estaba holgazaneando sentado en el parapeto de la estacada, le gritó: ¡Derinho!
Palabra del Dia
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