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Salud, amor, riqueza, paz y otras ventajas no satisfacían el alma de Jacinta; y al año de casada, más aún a los dos años, deseaba ardientemente lo que no tenía. ¡Pobre joven! Lo tenía todo, menos chiquillos. Esta pena, que al principio fue desazón insignificante, impaciencia tan sólo convirtiose pronto en dolorosa idea de vacío.

¡Ah!... ¡qué bello es el dolor de una hija! dijo el bebedor de aire soltando resueltamente la pluma , ¡cuán meritorio a los ojos de Aquel que todo lo ve, que todo lo pesa, que da a cada uno lo suyo!... Llore usted, llore usted; no seré yo quien trate de combatir su pena con consuelos triviales.

Gratos eran sus besos, ya frescos como agua de peña viva, ya ardorosos como latidos de fiebre; pero ¡cuán más deleitosas eran las cosas que decía! ¡Qué mezcla tan extraña de impuro desenfreno y exquisita ternura!

En lo alto, el cielo les parecía más profundo, y el sendero, que formaba una espiral alrededor de la peña, parecía más estrecho.

Su taciturna tristeza, dado su carácter regocijado, parecía superior á la pena que pudiera sentir por el mal de Doña Blanca, y aun al mismo disgusto que los devaneos mentales y los dolores fantásticos de su amiga debieran causarle.

Las dos amigas acudieron á la alcoba á dar agua á la enferma. Entonces notaron con pena y sobresalto que la fiebre había crecido. Las palpitaciones del corazón de Doña Blanca eran tan violentas, que se hacían perceptibles al oído. ¿Qué siente V., señora? preguntó Lucía... Una ansiedad... una fatiga... respondió Doña Blanca, el corazón me late con tanta fuerza.

Una hora despues, cuando reposábamos en el hotel del Águila, comiendo frutas, deliciosa leche, miel de abejas y riquísimo queso auténtico del valle, vímos desfilar sucesivamente por delante del hotel una procesion de paisanos y una carabana de ingleses excursionistas, que nos llamaron la atencion. El contraste vale la pena de una breve descripcion.

Eso vendrá con el tiempo y el uso y el trato. Pronunciar mal una palabra no es vergüenza para nadie, y la que no ha recibido una educación esmerada no tiene la culpa de ello». Fortunata estaba pasando la pena negra con aquella visita de tantismo cumplido, y un color se le iba y otro se le venía, sin saber cómo contestar a las preguntas de doña Lupe ni si sonreír o ponerse seria.

Partióse el correo, vióle embarcar Zadig, y se volvió á palacio, donde sin ver á nadie, y creyendo que estaba en su aposento, pronunció el nombre de amor. Si, el amor, dixo el rey; de eso justamente se trata, y habeis adivinado la causa de mi pena. ¡Qué grande hombre sois! Espero que me enseñeis á conocer una muger firme, como me habeis hecho hallar un tesorero desinteresado.