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Actualizado: 6 de julio de 2025
Era él, el miserable, que la triste una vez sola vió en su vida, al resplandor de la llama pavorosa de su aduar incendiado, rugiendo bravas las olas, zumbando irritado el viento, miéntras la voz angustiosa de sus parientes pedia, en vano, misericordia.
Creo que después me sacaron de allí, y con estas indecisas memorias se asocia la vista de unas que daban pavorosa claridad en medio del día, el rumor de unos rezos, el cuchicheo de unas viejas charlatanas, las carcajadas de marineros ebrios, y después de esto la triste noción de la orfandad, la idea de hallarme solo y abandonado en el mundo, idea que embargó mi pobre espíritu por algún tiempo.
En las plazuelas y encrucijadas quedaban aun los negros tingladillos sobre los cuales frailes de todas las órdenes predicaran la víspera con elocuencia pavorosa; y en la Calle Ancha, en la Lencería, en la Lonja y en torno a la parroquia de San Vicente, fúnebres terciopelos y bayetones pendían de casi todas las ventanas, enlutando los muros.
Ellas, subiendo, largas se llevaron, léjos, muy léjos, las cenizas rojas; ellas, envueltas en su hirviente espuma, al fondo de la gruta tenebrosa lanzaron los cadáveres, y el alba cuando, indecisa, esclareció la costa, no encontró los vestigios miserables de la infame tragedia pavorosa.
Dormía bien, comía bien, no le dolía nada; pero aquella vida se escapaba en efluvios invisibles y constantes, en lenta y pavorosa consunción. Su esposa hizo venir un médico, luego otro y otro. Todos dijeron lo mismo. Era necesario salir, distraerse, cultivar el trato de la gente. Precisamente las únicas medicinas que el conde estaba resuelto a no tomar.
Tanto andar aquella mañana, y sin resultado, abatió su ánimo; además, no había probado bocado y sentía un amargor en la boca y un desfallecimiento en el estómago... ¡Pero buenos eran los momentos para pensar en cuestiones de bucólica! aunque de bucólica se trataba, la más grave y pavorosa de las cuestiones... La Bolsa presentaba un aspecto imponente; un rumor inmenso llenaba el vasto local, como huracán que ruge en la selva, y la atmósfera parecía cargada de tanta electricidad, que era inminente el incendio, si estallaba la chispa.
Su sentido evocaba el olor de pavorosa cripta de convento que visitó, siendo niño, en las sierras; veía de nuevo los innumerables esqueletos apilados en la sombra, y alcanzaba aun a pensar con orgulloso espanto en el anónimo de toda aquella leña humana entremezclada por el monástico desprecio.
Palabra del Dia
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