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Desenvuelvo yo mi idea, y nacen el arte, las religiones y la ciencia. Y la creación del Uno y mi creación se compenetran y confunden y vienen a ser la misma. ¿Me entiendes ahora? MARINO. Me pasmo de tu claridad. Con sobrada razón mereces apellidarte el sumo pontífice de todas las creencias, el gran ciudadano de todas las repúblicas y el archi-metafísico de todas las metafísicas.

Pasó en breve el acceso, y volvió el enfermo a caer en el marasmo de antes... Pero ¿qué diablos veía yo en Lituca que me cautivaba más la atención en aquellos momentos que el pasmo de su abuelo y la angustiosa situación de mi tío? ¿Qué había en ella de nuevo y de extraño para ?

No; lo pedí yo prestado, porque lo vi encima de una mesa. ¿Y cómo es que se titula? No se enterará usted, porque está en latín. Pero, , , ¿comprendes latín? Llegaré a tener intuición con él; por ahora, sólo me es saludable. El señor Colignon se retiró pensando: «No tiene remedio el pobre hombreLa apertura de la nueva zapatería causó inolvidable sensación y pasmo descomunal.

Esforzábase la mujer de Maxi en disimular el aburrimiento que esto le causaba, y a la hipérbole de doña Casta respondía con exclamaciones de pasmo y asentimiento. «Mi hija añadió la viuda de Samaniego , estará encargada de la dirección de los trousseaux, canastillas de bautizo y demás género elegante, y tendrá sueldo y participación en los beneficios.

Repuesto un poco de su pasmo, dijo el P. Jacinto: Y dime, hijo, ¿qué trata de hacer Doña Blanca para remediar el mal? ¿Qué proyectos son los suyos, que tanto te asustan? ¿Quién sería el inmediato heredero de su marido si ella no tuviese una hija? preguntó el Comendador. Don Casimiro Solís, fué la respuesta. Pues por eso quiere casar á su hija con D. Casimiro.

Yo no gusto de cosas sobrenaturales, dixo Zadig, ni he podido nunca llevar en paciencia ni los hombres que hacen milagros, ni los libros que los mentan: y si quiere vuestra magestad permitir que haga la prueba, quedará convencido de que mi secreto es tan fácil como sencillo. Mas se pasmó Nabuzan, rey de Serendib, al oir que era sencillo el secreto, que si le hubiera dicho que era milagroso.

Primero quedó suspenso con el pasmo de la sorpresa, luego se dijo con la velocidad del pensamiento que cuanto había en aquel maravilloso recinto y cuanto realzaba la belleza de aquella mujer extraordinaria, había bajo una u otra forma nacido entre sus manos.

¡Sagunto! ¡Ay, qué nombre!, cuando se le ve escrito con las letras nuevas y acaso torcidas de una estación, parece broma. No es de todos los días ver envueltas en el humo de las locomotoras las inscripciones más retumbantes de la historia humana. Juanito, que aprovechaba las ocasiones de ser sabio sentimental, se pasmó más de lo conveniente de la aparición de aquel letrero.