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En medio de todo, fue grande su consolación cuando logró saber que el pícaro y cortesano marino, rastrero adulador de príncipes, había hecho presente a Salomón de la preciosa Echeloría.

Una mañana, cuando Maximiliano estaba aún en la cama no bien dormido ni despierto, sintió ruido en la escalera y en los pasillos. Oyó primero patadas y gritos de mozos que subían baúles, después la voz de su hermano Juan Pablo; y lo mismo fue oírla, que sentir renovado en su alma aquel pícaro miedo que parecía vencido. No tenía malditas ganas de levantarse.

La infeliz no sabía qué partido tomar dentro de aquel estrecho círculo de hierro candente, abrasador; y como las impaciencias del pícaro no daban la menor tregua, un día, la víspera del en que Facia me lo contaba, la había dicho él: «Puesto que no te resuelves a cogerlo con tus manos, «hemos» resuelto «nosotros» robarlo con las nuestras.

Felicia salió con un vaso y una botella en las manos: escanció el rojo licor de Castilla y lo ofreció liberalmente al gaitero y tamborilero. Que usted la goce muchos años, tía Felicia, y que esa manzanita encarnada que está al balcón no se la coma ningún pícaro, sino un hombre de bien como el tío Goro... La Virgen del Carmen las proteja... Adiós... adiós...

Aquella segunda campaña de baratijero fue una barredera en el lugar. Ni una mota dejó el pícaro en Tablanca. Particularmente Facia, que era de suyo sencillota y noble, se despilfarró.

Mozo eres, no me espanto que hagas algunas travesuras, sin mirar que, durmiendo, caminamos a la güesa: yo, como montón de tierra, te lo puedo decir. ¡Qué cosa es que me digan a que has desperdiciado mucha hacienda sin saber cómo, y que te han visto aquí ya estudiante, ya pícaro, y ya caballero, y todo por las compañías!

Iba ya el hidalgo a penetrar en sagrado, cuando se le interpuso el Inca Tupac-Amaru y lo tomó del cuello, diciéndole: ¡No vale la iglesia a tan pícaro como vos! ¡No vale la iglesia a un excomulgado por la Iglesia! Y volviendo el verdugo a apoderarse del sentenciado, dió pronto remate a su sangrienta misión.

¿Consistirá esto en que los criticados que se reconocen en el cuadro de costumbres se apresuran a echar el muerto al vecino para descartarse de la parte que a ellos les toca? ¡Quién sabe! Confesemos de todos modos que es pícaro oficio el de escritor de costumbres.

Por fin, dijo con voz alterada: ¿A González?... ¿Por las narices? ¡Estás loco!... A no me lleva nadie por las narices ... y mucho menos González. Pronunció las últimas palabras con afectado desprecio. Negó a González por la misma razón que San Pedro negó a su Maestro, por el pícaro orgullo. La conciencia le decía que faltaba a la verdad, aunque no cantase el gallo.

, aquí le tengo... No me acordaba... ¡Pícaro duque, que te quiere quitar esa recondenada prenda tuya!