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El aspecto del Monasterio, á aquella distancia, realizaba completamente el poético ideal que nos habíamos formado de él desde niños, y que hace veinte años nos sugirió algunas páginas tituladas: Dos retratos . Cercado de robles y sombreado más intensamente á la parte del Sur por una verde cortina de corpulentos, piramidales olmos, aquel antiguo refugio de los desengañados de la tierra parecía como un oasis en medio del desierto, como una isla en un océano tormentoso.

Vaciló; pero fue obra de un instante: carraspeó para afianzar la voz y exhaló un: Lo juro. Hubo un momento de silencio en que sólo se escuchó el delgado silbo del aire cruzando las copas de los olmos del camino y el lejano quejido del mar. ¿Por el alma de su madre?, ¿por su condenación eterna? Baltasar, con ahogada voz, articuló el perjurio. ¿Delante de la cara de Dios? prosiguió Amparo ansiosa.

Tenía todavía el Ayuntamiento su morada en el edificio del Corral de los Olmos, y allí acudió el pueblo en actitud amenazadora, arrojando multitud de piedras y pidiendo pan con voces estentóreas.

Un cuadro de coles, otro de cebollas, el fresal polvoroso, hollado por los pies de todo el mundo; los olmos bajos y achaparrados, los acirates llenos de blanquecinas ortigas, el pozo triste con su rechinante polea; mas estaban allí la juventud y el amor para hermosear tan pobre edén. Sonrió la muchacha posando blandamente en Baltasar sus abultados ojos negros.

No porque las cigarras duerman, no; antes bien porque Azorín se duerme a sus roncos sones. La habitación está en la penumbra; fuera, en los olmos, comienza la sinfonía estrepitosa... Las cigarras caen sobre los troncos de los olmos lentas, torpes, pesadas, como seres que no conceden importancia al esfuerzo extraestético. Son cenicientas y se solapan en la corteza cenicienta.

Cerré el molino gruñendo y coloqué la llave debajo de la gatera. Tomé el garrote y la pipa, y eché a andar. Llegué a Eyguières próximamente a las dos. El villorrio estaba desierto, todo el mundo en el campo. En los olmos, junto a la acequia, blancos de polvo, cantaban las cigarras como en pleno Crau.

Un sencillo terraplén de cinco pies de alto, dejando crecer encima todo género de vegetación fortuita, un zarzal. Detrás de ese terraplén ha brotado una hilera de olmos bastante robustos que dieron abrigo á los demás.

El Prado es una vastísima calzada sombreada por varias calles larguísimas de álamos y olmos gigantescos, y embellecida por grandes fuentes. Una parte del paseo es mas espaciosa, encuadrada entre la ciudad y los jardines del Retiro y cuidadosamente macadamizada; y es en ese trecho, llamado el Salon del Prado, donde reinan como soberanas las elegantes bellezas castellanas.

Arrancando desde la ribera misma del lago, en cuyas ondas baña sus pequeños muelles, sus elegantes quintas, terrazas y jardines y los muros de muchas de sus casas, se extiende primero sobre un terreno llano de poca extension y luego trepa por en medio de viñedos y huertos hasta la colina que la domina, la cual sirve de asiento á la catedral de San-Quintin y varias obras de un antiguo castillo, limitados por una gran terraza que sombrean frondosos olmos y castaños.

La plaza está desierta; picotean al sol unas gallinas; triscan sobre el tejado del convento los pájaros; en la lejanía, a la derecha, se pierde un camino ancho, bordeado por largos liños de olmos desnudos. Suena lenta una campanada larga, y después otra campanada larga, y después tres campanadas finas y breves... Es mediodía. Regreso a la posada.