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Actualizado: 6 de julio de 2025
Este perfume de flores, esta música me anuncian que no estás lejos. Sr. de Araceli, ¿no la oye usted? Sí, una música encantadora respondí, y era verdad que creí oírla. Ella viene envuelta en la nube que la rodea. ¿No advierte usted la deslumbradora claridad que entra en la pieza? Sí, la veo. Mi amada viene, Sr. de Araceli; ya entra; aquí está.
Después de oírla en un largo silencio, Laura, disimulando lo trémulo de su voz, respondió pausadamente: Sólo buenas condiciones le conozco a Vázquez... Pienso que serás feliz con él, si le quieres... Lo que me temo, y estoy en el deber de no ocultártelo, es que no le quieras suficientemente... No debes casarte sino enamorada, ¡completamente enamorada!... Todavía eres demasiado niña e impresionable.
Aquí estará usted muy bien, señora continuó . Hay de todo en el distrito; tiene usted inmediatas varias iglesias, con misas a todas las horas. Además, casi a la mano, está la catedral. San Isidro, con su famosa capilla isidoriana. Si usted no la ha oído, vaya a oírla. Un coro de ángeles, una bandada de querubines, que la dejarán con la boca abierta.
A fin de probaros que la razón no me falta, os contaré una parábola, si tenéis calma para oírla. CREMATURGO. Cuenta. EUMORFO. Te escucho. PROCLO. Nada. Te escucho también. ASCLEPIGENIA. En el jardín de este palacio hay un rosal, que estaba casi seco y perdido por hallarse en terreno estéril. ¿Qué necesita? me dije yo al contemplarle. Mantillo, me respondí.
Después, y libre ya por algunas horas, tomó su capa y su espada y se fué á Santo Domingo el Real, y oyó misa, y procuró oírla, porque el cocinero mayor no tenía pensamiento más que para el cofre y para el sobrino postizo. Apenas hubo concluído la misa, cuando tomó á buen paso el camino de la calle de Amaniel.
El alma, si se me permite emplear un símil vulgar, parecía que se alargaba siguiendo el sonido, y se contraía después retrocediendo ante él, pero siempre pendiente de la melodía y asociando la música a la hermosa cantora. Tan singular era el efecto, que para mí el oírla cantar, sobre todo en presencia de otras personas, era casi una mortificación.
Diciendo estas palabras, Melia se había arrojado a las rodillas de Kernok, que al principio la había escuchado con bastante paciencia; pero, cansado de oírla, la rechazó tan rudamente, que la cabeza de Melia fue a dar contra la madera.
De cuando en cuando, Juno golpeábame el brazo con su abanico y me decía al oído, que me ponía en ridículo; pero era como hablar con una tapia; pues yo me alejaba sin oírla, revoloteando con mis compañeros. A veces, mi caballero creía oportuno entablar conversación. ¿No hace mucho que vivís aquí, señorita? No señor; seis semanas, más o menos. ¿Y dónde vivíais antes de venir al Pavol?
En Semana Santa, la gente que presenciaba el paso de las procesiones de encapuchados a altas horas de la noche, corría para oírla de más cerca. Es la niña del capataz de Marchamalo que va a echarle una saeta al Cristo.
Catalina, que esperaba esta propuesta desde una hora antes, palideció trémula de emoción. ¡Oírla de sus labios!... Pasó mucho tiempo sin contestar, y al fin balbuceó algunas palabras. Era una felicidad, la mayor de su existencia, pero una doncella bien educada no debe contestar inmediatamente. ¿Yo?... Veremos... ¡Es tan grande esta sorpresa!
Palabra del Dia
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