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Actualizado: 6 de julio de 2025
Acordábase instintivamente de que era mujer y trabajaba en provecho ajeno como si fuera en causa propia. ¿Dónde mayor alegría para una mujer lista que entrar en pacto contra un hombre? Así que, tras cada entrevista con don Juan, refería a su ama cuanto con él hablaba. Aquel día Cristeta la escuchó con vivo interés. Todo va bien dijo después de oírla ; de modo que...
Comprendía que toda la ciudad hablase de ellos; él no podía ocultar sus sentimientos. ¡Si supiera lo que le costaba aquella adoración muda! Quería arrancar de su pensamiento la devoción por ella, y no podía. Necesitaba verla, oírla; sólo vivía para ella. ¿Leer? imposible. ¿Hablar con sus amigos? Todos le repugnaban. Su casa era una cueva en la que entraba con gran esfuerzo para comer y dormir.
Iba marcando el compás, mentalmente la tarareaba cuando dejé de oírla; me quedó en el alma como un movimiento que se continúa, y vino a ser una especie de ritmo y una melodía sobre la cual involuntariamente adapté una letra.
En cuanto salió de la cárcel se fue la prendera derecha a casa de D. Jeremías. El iracundo presbítero no quiso oírla, ni aun prometiéndole salir por fiadora de las cantidades que Godofredo adeudaba a él y a sus amigos. Juraba y perjuraba que había de llevarle a presidio y prometía ir a verle salir en la cuerda de presos con el mismo placer que si fuese a la misa del Papa.
Todos los demás días del año, que no son de precepto para los indios, aunque lo sean para los españoles, se dicen ambas misas al salir el sol o antes, y en algunos pueblos luego que amanece, de modo que muchos se quedan sin oírla si se descuidan en madrugar, por cuya causa se originan algunas de las disensiones entre curas y administradores.
Ni siquiera tuve el consuelo de hablar con el padre vicario, cuya conversación me es tan grata, ni de encerrarme dentro de mí mismo y fantasear y soñar, ni de admirar a mis solas la belleza del terreno que recorríamos. Doña Casilda es de una locuacidad abominable, y tuvimos que oírla.
Temblaba ante la necesidad de hablar a Bettina, ante la necesidad de oírla, y entonces se refugiaba junto a madama Scott, y ésta recibía sus palabras indecisas, conmovidas, turbadas, que no se dirigían a ella, y que, sin embargo, ella tomaba para sí. Zuzie no podía dejar de engañarse. Bettina no le había dicho nada, no le había manifestado aún los sentimientos vagos y confusos que la agitaban.
Los filarmónicos, que en los ensayos la habían oído, estaban entusiasmados y referían maravillas, lo cual acrecentaba la envidiable fama que la había precedido antes de llegar de Europa y estimulaba en todas las personas de buen gusto la curiosidad y el anhelo de verla y de oírla.
Abajo veréis el Oratorio, que, según noticias y por encarecidos encargos míos, se conserva bien y servible. Si hallamos cura, nos dirá la misa en él; si no, iremos a oírla a la Colegiata, que no está lejos... si el tiempo lo permite; porque si no lo permite, con la buena intención cumplimos. Nieves lo miraba todo hasta con voracidad, y escuchaba a su padre delectadísima.
Hice, ante todo, que se incorporase y que se sentara en una silla, cerré por dentro la puerta del gabinete, sentéme yo enseguida junto a la infeliz mujer, y me dispuse a oírla, conforme ella lo deseaba, después de dirigirla palabras de conmiseración y de aliento. Dos partes tuvo la confesión de Facia.
Palabra del Dia
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