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Actualizado: 15 de junio de 2025


Algo más que el dolor de la esposa ultrajada vibró en los lamentos de Cinta. Era la rivalidad con aquella mujer de Nápoles que ella creía una gran señora con todos los atractivos de la riqueza y de un alto nacimiento; la envidia por sus armas superiores de seducción; la rabia por su propia modestia y su humildad de mujer casera.

Y para más honra suya Y de la comedia nuestra, En los días que Colón Descubrió la gran riqueza De Indias y Nuevo-Mundo, Y el Gran Capitán empieza A sujetar aquel reino De Nápoles y su tierra, A descubrirse empezó El uso de la comedia, Porque todos se animasen A emprender cosas tan buenas, Heróycas y principales, Viendo que se representan Públicamente los hechos, Las hazañas y grandezas De tan insignes varones, Así en armas como en letrasetc.

Don Francisco de Quevedo y Villegas, del hábito de Santiago, señor de la torre de Juan Abad, y secretario del virrey de Nápoles, solicita urgentemente y para asuntos graves, una audiencia de vuestra majestad. No me dejarán parar dijo el rey con disgusto . ¿Y quién ha dicho á don Francisco que yo estoy aquí?

¿Adónde me llevará usted, papá? ¿A Nápoles? No, hija mía, porque a Nápoles está demasiado lejos para ir allá de un tirón sin hacer ni un descanso. Además, Nápoles ofrece el inconveniente del sirocco, que agosta las flores, y la tenue ceniza del Vesubio, que abrasa los pulmones de las niñas. No llegaremos allí; nos detendremos en Niza...

Sus composiciones sueltas y su poema histórico Nápoles recuperada, bastan para darle lugar preeminente en el español Parnaso. No es menos notable como prosador castizo y elegante.

Este cáliz, segun refiere Briz, estuvo en la capilla de la ALJAFERÍA hasta que el rey D. Juan, que era gobernador de los reinos de Aragon por su hermano el rey D. Alonso, que estaba en la conquista de Nápoles, lo dió en 18 de marzo de 1437 á la iglesia de Valencia.

Marchando en línea recta encontraba á Nápoles, con su montaña de humo, sus músicas y sus bailarinas morenas de pendientes de aro.

Así lo prueban muchos pasajes de dichas piezas, especialmente de la Tinelaria, la Trophea y la Soldadesca, en que se alude claramente á espectadores italianos, y las palabras de que usa el autor en su prólogo . Y esto, en verdad, nada tiene de extraño, pues según testifica un documento de principios del siglo XVI , el español era la lengua favorita de los señores y damas de la aristocracia italiana, y con más razón en Nápoles, en donde dominaban las armas españolas.

Vivo aún porque soy cristiana; pero ¡qué existencia me espera! ¡Qué vida para ti, si eres verdaderamente un padre!... Piensa que tu hijo existiría si no te hubieses quedado en Nápoles. Ferragut era digno de lástima. Bajaba la cabeza, sin fuerzas para repetir las desordenadas y mentirosas protestas con que había acogido las primeras palabras de su esposa.

Su rostro moreno tomó una palidez de ceniza. «¡Cristo!... ¡la de NápolesEl no sabía quién era la de Nápoles, no la había visto nunca, pero tenía la certeza de que llegaba como un estorbo fatal, como una calamidad inesperada. ¡Tan bien que marchaban las cosas!... El capitán hizo girar su sillón, despegándose de la mesa, y en dos saltos salió á la cubierta.

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