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Actualizado: 9 de octubre de 2025
11 Y extenderá su mano por en medio de él, como la extiende el nadador para nadar; y abatirá su soberbia con los miembros de sus manos; 12 y allanará la fortaleza de tus altos muros; la humillará y la derribará a tierra, hasta el polvo. 2 Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades.
Que el lector que nunca ha viajado imagine un lago en cuya superficie entera se cierne una inmensa falange de aves acuátiles de todos colores y dimensiones para nadar en la mas pintoresca confusion, y, prescindiendo del efecto que hacen los arbolajes, las velas y las humeantes chimeneas de los vapores, se tendrá una idea aproximativa del aspecto general del Támesis.
Púsose el lego furioso, y en su arrebato cogió la garrafa y la arrojó a la acequia diciendo: ¡A nadar, peces! Y he aquí, por si ustedes lo ignoran, el origen de esta frase. Y luego el padre Carapulcra, tomándose la cabeza entre las manos, se dejó caer en un sillón de vaqueta murmurando: ¡Ah pícaro! Con cuatro simples me dijo que se ponía una botica... ¡Embustero!
Y le había puesto una comparación: «Si usted, hija mía, se baña en un río, y revolviendo el agua al nadar, por juego, como solemos hacer, encuentra entre la arena una pepita de oro, pequeñísima que no vale una peseta, ¿se creerá usted ya millonaria? ¿pensará que aquel descubrimiento la va a hacer rica? ¿que todo el río va a venir arrastrando monedas de cinco duros con la carita del rey y que todo va a ser para usted?
Otra herencia que caía sobre Ferragut... Su tío se había lanzado á nadar en una mañana asoleada de invierno, y no había vuelto. Los viejos de la costa explicaban á su modo el accidente: un desmayo, un choque con las rocas. El Dotor era aún vigoroso, pero los años no pasan sin dejar huella.
Maximiliano, que desde media tarde había vuelto a nadar entre las agitadas sábanas del lecho, y estaba tan impertinente como un niño enfermo que ha entrado en la convalecencia, dijo a su consorte, ya cerca de las diez, que se acostase, y esta obedeció; mas la repugnancia y hastío que inundaban su alma en aquel instante eran de tal modo imperiosos, que le costó trabajo no darlos a conocer.
Tal vez le buscaban, y estando tendido pasarían cerca de él sin verle. Otra vez a nadar, con el ansia de la desesperación, incorporándose en la cresta de las olas para ver más lejos, yendo tan pronto a un lado como a otro, agitándose siempre en un mismo círculo.
Un trastazo le echa á pique, y otro le saca á flote; la cabeza se atontece, y el que mejor sabe anadar, trata de olvidarlo pa acabar cuanto antes. Pues á usted de algo le ha servido el saber nadar, puesto que logró salvarse donde tantos otros perecieron. Miróme el hombre con torvo ceño, y díjome con profundísima convicción: ¡Ni pizca, tiña! ¿Cómo salió usted á tierra, si no?
Palabra del Dia
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