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¡No puede usted, no puede usted!... ¡no lo mueva usted, es peor!... ¡Me voy a matar! gritó la Fandiño. Los demás callaban. ¡Estate quieta! dijo en voz baja, ronca y furiosa don Álvaro, que de buena gana la hubiera visto caer de cabeza. E intentó el segundo esfuerzo sin fortuna. Aquello no se movía. Sudaba más de vergüenza que de cansancio. Un hombre como él debía poder levantar a pulso aquel peso.

Por poca reflexîon que haga qualquiera con lo que le sucede quando percibe los objetos sensibles, verá que no hay ninguno que no le mueva el ánimo con uno de los nombrados afectos: bien que á veces es tan poca la agitacion que excitan, que nos parece no hallarnos alterados y á esta situacion llamamos Indiferencia.

¿Volver a unirse? ¡En seguida! ¿Acaso estaba loco?... ¡Ah, señora! Olvida usted sin duda que hay cosas que jamás se perdonan; cosas... En fin, que quien bien está, que no se mueva. Ellos no servían para casados, no congeniaban; bastaba recordar el infierno en que se desarrollaron sus últimos meses de matrimonio.

Hoy sirve casi todo de granero, y en su recinto, que visitamos con los amables hijos del Administrador, allí domiciliado, no hay nada que aprender ni que imitar; pero mucho que mueva á compasión y lástima. En cambio, las vistas que se descubren desde lo alto de sus torres son asombrosas. ¿Qué casa será ésta? nos preguntamos.

Pareciónos bien a todos lo que decía, y así, sin detenernos más, haciendo él la guía, llegamos al bajel, y, saltando él dentro primero, metió mano a un alfanje, y dijo en morisco: ''Ninguno de vosotros se mueva de aquí, si no quiere que le cueste la vida''. Ya, a este tiempo, habían entrado dentro casi todos los cristianos.

No, y, sin embargo, crees en el telegrama que te llena de gozo. Pues así es la gracia: maravilloso su origen, secreto su camino; su fin, dulcísimo. Créeme, hermano, el hombre sin la idea de Dios, es aspa de molino sin viento que lo mueva, fuego sin aire que lo sople.

¡Qué bien sabe hacer que se mueva la gente! se decía el anciano ; ¡je, je, je!; es un húsar, un ama de casa; no hubiera podido sospecharlo, ¡tan pronto! Por fin, al cabo de cinco minutos, luego de haberlo visto todo, Hullin se decidió a entrar, diciendo: ¡Valor, hijas mías!