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Actualizado: 7 de noviembre de 2025


Vestía de princesa extranjera del tiempo de Carlos III, de lama plata con recamos de oro, y manto de terciopelo azul. Un escote cuadrado dejaba ver con harta claridad lo que Pepa debía de considerar mas interesante en su persona, a juzgar por la predilección con que lo mostraba.

Pero el antiguo «peoncito» no mostraba gran respeto ante los consejos y órdenes de la bondadosa criolla. Se había entregado con entusiasmo al patinaje, por considerarlo la más elegante de las diversiones.

Al contemplar Isidro este figurón con el pecho constelado de condecoraciones, encontraba cierta semejanza a su poderoso amigo con varios prestidigitadores célebres. Después, sintió ganas de reír ante la seriedad y el empaque con que el senador se mostraba en el retrato. Era un caballero que se hacía representar de visita en su propia casa.

La circunstancia de habérsele antojado á Velázquez tomar un establecimiento de bebidas, y, mejor que esto aún, su arrogante tranquilidad, la ausencia completa de celos que mostraba, dejábale expedito el camino para menudear las visitas. Hay más, el tabernero le acogía con mayor afecto y cortesía que nunca y le había presentado en la reunión que todas las noches se formaba en uno de los cuartos.

Terminóse el pleito del modo más feliz para ella; y no obstante, lejos de despedir a su amante oficial, cada día se mostraba hacia él más respetuosa y enamorada. Cierta mañana, dos meses después de haberse fallado el litigio, recibió un billetito que decía: "Voy esta tarde a las dos". Le dió un salto el corazón.

La señora doña Asuncioncita... ¡Pobre niña de mi alma!... Está en la escalera... No quiere subir... ¡parece medio muerta la pobrecita!... Reinó sepulcral silencio, y miramos todos a la puerta del fondo por donde apareció doña María. Con decoroso silencio, que no con lágrimas, mostraba esta señora su honda pena.

Ellos eran los que las trabajaban, los que las hacían producir, los que dejaban poco á poco la vida sobre sus terrones. Pimentó, hablando con vehemencia de su trabajo, mostraba tal impudor, que algunos sonreían.... Bueno; él no trabajaba mucho, porque era listo y había conocido la farsa de la vida.

A mis amigables insinuaciones se mostraba tan impasible, que llegué a convencerme de que entra en su locura el no temer la muerte, o que se cree intangible como el viento, o invulnerable como si fuese de hierro.

Y ella... ella levantó al fin los ojos. Su semblante no mostraba más expresión que la del respeto, la del agradecimiento: era la misma niña de seis años antes, pero hermosa, hermosísima, con un traje de seda, en una habitación amueblada con gusto y confiada y tranquila a mi lado, como si se hubiera tratado de su padre.

Pronto vino en cuenta de su error. El indiano, aunque tuviese dinero, ni lo mostraba. Largos seis meses lo tuvo de huésped en casa, haciendo por obsequiarle no pocos sacrificios, sin obtener más recompensa que algunos livianos regalos a las chicas y a Rafael.

Palabra del Dia

vengado

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