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Actualizado: 13 de junio de 2025
Un amigo viene á buscarnos muy de mañana, y á propuesta suya, hemos empleado casi todo el dia en ver á Paris desde tres puntos diferentes: desde lo alto del arco del Triunfo, desde una orilla del Sena, y desde las alturas de Montmartre. La vista desde el arco es extensa, varia, pintoresca, rica, grandiosa.
Debían de vagar en él los expelidos del Montmartre próximo por la necesidad de un alojamiento más barato, ó las principiantas que aún no han logrado ropas ni maneras convenientes para deslizarse en los grandes restoranes nocturnos.
Aquí tambien rodaron las cabezas de dos mujeres, dos mujeres funestamente célebres, dos envenenadoras: la Boisin y la Brinvilliers. Seguimos la calle de Rívoli, subimos por la Magdalena y nos hallamos en el bulevar de este nombre, divisando á poco los bulevares de las Capuchinas, Italianos, Montmartre, Poisonnière y una parte del de San Martin.
El curso Terpsy está situado en esa región montañosa que ya no es precisamente París y que tampoco es todavía Montmartre; calle Blanca; un amplio estudio, situado en el séptimo piso; no hay ascensor. La señora Bouzine, que es morena, bastante gruesa, de rasgos acentuados y de aspecto imponente, jadea al subir la escalera.
No es aún hora de almorzar; seguimos la calle de Montmartre hasta la calle paralela á la de Rousseau, y tiramos por ella hácia la plaza de las Victorias, donde mi mujer tenia que comprar algunas frioleras; si bien no son frioleras para mí, puesto que me ponen en un potro, á causa de ignorar sus nombres en francés. Tambien es cierto que los ignoro en español.
Hay situaciones verdaderamente oportunas, como aquella en que un marido ve á su mujer dentro del miriñaque, y suponiendo que no podria oirle á la distancia que el miriñaque hacia necesaria, la está hablando con una bocina. Salimos del pasaje, atravesamos luego la plaza de la Bolsa, y á los pocos momentos entrábamos en el Establecimiento de caldo, calle de Montmartre, número 43.
Le invitaron a algunos salones de Montmartre donde los hombres más elegantes y más respetables van algunas veces en buena compañía a buscar la mala. Encontró aquí y acullá muebles que había comprado con su dinero; miró la hora en relojes cuya factura había pagado.
«¡Oh, París!...» Esta exclamación mental del oficinista resucitó en su imaginación todos los episodios de la vida alegre que llevan los extranjeros en la gran ciudad, según él había leído en las novelas. Vió un elegante restorán nocturno, como se imaginaba que eran los restoranes de Montmartre y como los había admirado directamente muchas veces en las historias cinematográficas.
Al volver á su asiento, ella protesto con una indignación cómica: ¡Venir á Montmartre para bailar con el marido!... Puso sus ojos acariciadores en Fontenoy, y añadió; No pienso pedirle que me invite. Usted no sabe bailar ni quiere descender á estas cosas frívolas... Además, tal vez teme que sus accionistas le retiren su confianza al verle en estos lugares.
Robledo se acordó de haber oído hablar á Elena repetidas veces del banquero mientras estaban en el teatro, y esto le hizo presumir si se habrían visto aquella misma tarde. Hasta se le ocurrió la sospecha de que este encuentro en Montmartre estaba convenido por los dos.
Palabra del Dia
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