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Actualizado: 4 de junio de 2025
La idea sería seguramente chistosa, pues se golpeó otra vez los muslos y se metió un puño en la boca para contener la risa. Lentamente las nubes se deslizaron por la montaña arriba, una ligera brisa cimbreó las copas de los pinos y aulló a través de sus largas y tristes hondonadas. La ruinosa choza, toscamente reparada y cubierta con ramas de pino, fue cedida a las señoras.
Cuando surgía una huelga en la montaña y los ferrocarriles paralizados no acarreaban mineral, había que echarles carbón lo mismo que si funcionasen. Aquellos enormes tubos de piedra, con su aspecto de grosera pesadez, eran delicados como juguetes de la industria, y podían inutilizarse al menor descuido.
Una influencia sobrenatural se apoderó de mí, arrebatándome fuera de la realidad y del raciocinio; y en mi espíritu se fueron formando dos visiones: de un lado un Mandarín decrépito, muriendo sin dolor, lejos, en un kiosco chino, al «tilín-tín» de mi campanilla; ¡y de otro toda una montaña de oro brillando a mis pies!
Uno de los más curiosos espectáculos de la montaña es esta brusca aparición del arroyo que durante todo el curso por las regiones superiores ha corrido por la sombra, acrecentándose con los millones de gotitas desprendidas de las hendiduras de las bóvedas.
Para llegar pronto y sin cansancio al vértice de su más venerada montaña, á la cual han dado el nombre de Washington, héroe de la independencia, la han enlazado con la red de sus ferrocarriles. Rocas y pastos están rodeados de una espiral de rieles que suben y bajan alternativamente los trenes silbando y desenrollando sus anillos como gigantescas serpientes.
Utilizando el influjo que indudablemente había alcanzado yo en esta prueba sobre el ánimo de Tanasia, sentí como esperanzas de arrancarla el secreto de su corazón a poco que me empeñara en ello; pero estaba el mío vivamente interesado en otro asunto muy diferente, y me pareció el empeño hasta una profanación. ¿Qué importaban ya las preferencias amorosas de la hija del Topero, cuando Chisco y Pepazos, con todos los que habían subido a la montaña con el primero en busca del segundo, podían no ser más, a aquellas horas, que un montón de rígidos cadáveres mal envueltos en la mortaja de la nieve?
En fin, los dos hacían bien, los dos estaban en el deber y la verdad: ella dejándose arrastrar; él, resistiendo; ella, sin pensar en un momento en la obscuridad de Juan ni en su pobreza; él, retrocediendo ante aquella montaña de millones como lo habría hecho ante un crimen; ella, pensando que no tenía derecho para discutir con el amor; él pensando que no tenía derecho para discutir con el honor.
Aproveché una salida del pueblo para una confesión; corrí a la montaña; ví a Pablo; le insté por que viniera, y me lo ofreció ... extraño mucho que no haya cumplido.
El hijo del campanero, examinando los excrementos perdidos en el polvo, enumeraba todas las aves refugiadas en la cúspide de la montaña de piedra.
A las tres horas de navegación, aprovechando seis bogas, atracamos en el rústico embarcadero de Pitogo. Este pueblecito se halla situado en una prominencia que domina un extenso y limpio horizonte. Las casas ocupan la estribación de la montaña, esparciéndose hasta la misma playa. Entre esta y las cúspides de la prominencia, se levantan el Tribunal, la iglesia y el convento.
Palabra del Dia
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