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Actualizado: 22 de junio de 2025
Ya lo sabe el curioso impertinente. Gracias a Dios que hoy nadie nos ofrece ración tasada y que hogaño nos atracamos de aceitunas sin que nos asusten frases. ¡Lo que va de tiempo a tiempo! Hoy también se dice: aceituna, una; mas si es buena, una docena.
A las tres horas de navegación, aprovechando seis bogas, atracamos en el rústico embarcadero de Pitogo. Este pueblecito se halla situado en una prominencia que domina un extenso y limpio horizonte. Las casas ocupan la estribación de la montaña, esparciéndose hasta la misma playa. Entre esta y las cúspides de la prominencia, se levantan el Tribunal, la iglesia y el convento.
La cordillera del Bay-bay limita uno de los horizontes de la laguna, la que podría unirse con el mar Pacífico, de abrirse un canal en aquella cordillera, única barrera que se interpone entre ambas aguas. Á las cuatro de la tarde, después de no pocas varadas, atracamos al pantalán de Santa. Cruz.
Las aguas de la laguna tienen una inmovilidad tan constante, un color plomizo tan pronunciado y una superficie tan siniestra, que su conjunto parece reflejar la maldición que pesa sobre las dormidas aguas del mar Muerto. A cosa de las cuatro de la tarde, bajo un cielo cubierto de negruzcos nubarrones y una temperatura sofocante, atracamos el bote á la falda de la montaña.
Pregunté al patrón y me dijo que aquel humo procedía de solfataras parecidas á las de Tiui: en vista de tal noticia, mandó poner proa al sitio donde salía el humo. Atracamos á los pocos minutos, merced á los bicheros que hicieron presa en aquellos fondos madrepóricos y saltamos no sobre tierra, y sí sobre desdentadas masas acantiladas.
Al crearse barrio en aquella ensenada, unieron las dos palabras formando la de Laguimanoc, adonde atracamos á las dos horas de nuestra salida de la barra de Pagbilao. Laguimanoc, depende de Atimonan pueblo situado en la contracosta, ó sea en el Pacífico.
El timonel con la ayuda de mi criado, tradujo en tagalo mi deseo, dando su contestación por resultado, que vivía un cuarto de hora de remo de donde nos encontrábamos, y que con mucho gusto nos ofrecía su casa y cuanto tenía, á cuyo ofrecimiento dí orden para que se largara un cabo á la balsa. Con la ayuda del remolque y apretando bogas, atracamos al poco rato al pié de la morada del indio.
Palabra del Dia
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