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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Pero, en fin, yo he venido a verla a usted, por consejo de Clotilde, para que influya sobre la voluntad de la muchacha. ¿Quiere usted hacerme este favor? ¿Le parece a usted mi nieto digno de ella? Dignísimo, misia Melchora.

Los mozos, sudando, hipando, echando ternos y cuaternos, avanzaban, encorvados, y el mueble, negro y lustroso, parecía un animal extraño, de muchas patas; misia Casilda se apartó, y cuando la procesión hubo pasado y el piano, dando encontrones, bajaba bufando la escalera, vió delante de a una niña de trenzas rubias, que la miraba, pasmada de sorpresa.

No cayó de espaldas misia Casilda, porque sus nervios, a prueba de emociones, la sostenían admirablemente, pero parecióle que el mismo Lucifer le soplaba ciento cincuenta mil trompetazos en los oídos, y que la casa se le caía encima.

La familia la constituían su esposa Misiá Petrona, á la que él llamaba la china, y dos hijas, ya mujeres, que habían pasado por un colegio de Buenos Aires, pero al volver á la estancia recobraron en parte la rusticidad originaria. La fortuna de Madariaga era enorme.

Verá qué contenta se pone, tía Silda, porque ella la quiere, en el fondo, en el fondo, la quiere... Pero, misia Casilda, temerosa, la retenía, diciendo que no deseaba incomodar, que se marchaba. ¡Marcharse usted! no faltaba más, tía, sin ver a mamá. Se escapó, gritando alegremente: ¡Mamá! ¡mamá! como un ángel que va a anunciar la buena nueva.

¡Dime quién es ese hombre! ¡quién es esa rubia! chilló de nuevo acercándose a la cama. Pero, ¡qué rubia ni qué berenjenas! exclamó don Bernardino dando un golpe al gorro, que acabó de ladearle; ¿quieres oírme? siéntate, y calla, que tengo muchas cosas graves que decirte. Pasmóse, con esto, misia Gregoria. ¡Ay, Bernardino, por Dios!

Nada respondió misia Casilda. ¿Y ? Nada contestó él sombríamente. Entraron en el comedor y se sentaron: la lámpara brillaba en medio de la mesa, tendida ya con la prolijidad de siempre.

Para misia Gregoria, don Bernardino, aquel hombre que, salido de la nada, se había encumbrado a la brillante posición en que ahora estaba, era un ser superior; admiraba su inteligencia, su carácter, su figura, su andar majestuoso, su hablar solemne, todo lo que él hacía y todo lo que él pensaba.

Palabra del Dia

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