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Actualizado: 16 de septiembre de 2025
Sentáronse sobre el manto de césped salpicado de florecillas blancas, y empezaron á contemplar con ojos extáticos la serpiente de plata que se arrastraba perezosamente á buscar su guarida en el molino. La condesa se bajaba, metía la mano entre sus escamas y la sacaba mojada y la sacudía riendo sobre la cara de Pedro, el cual reía á su vez y no se tomaba el trabajo de limpiarse.
Acercósele Jacinta, mostrándole severidad y conteniendo la risa... pidiole cuentas de sus horribles crímenes. ¡Arrancar la cabeza a las figuras!... Escondía el Pituso la cara muy avergonzado, y se metía el dedo en la nariz... La mamá adoptiva no había podido obtener de él una respuesta, y las acusaciones rayaban en frenesí.
Tal cual; pero víctima de su mujer; figúrense ustedes, que el día domingo, doña Medea metía en la cama a su marido para que no saliera a la calle. ¿De veras? Garanto y don Benito reía a carcajadas. Yo me había acercado a Blanca y le había dado el brazo. Don Benito se había quedado con Fernanda en el mismo sitio en que las habíamos encontrado.
Desde el 63 todo estaba cerrado allí; sólo se abría los días de limpieza. La casa tenía por habitantes el silencio, que se aposentaba en las alcobas, entre luengas colgaduras hechas a imagen del sueño, y la obscuridad se agasajaba en las anchas estancias. Por algunas rendijas la luz metía sus dedos de rosa, arañando las tapicerías.
El joven tenía delante dos enemigos que le acometían ciegos de furor; pero alcanzaba con su espada á uno y otro lado de la habitación, y no les dejaba avanzar. El alférez, con la espada envainada, estaba detrás del joven. Juan Montiño volvía la luz de su linterna, tan pronto sobre el uno como sobre el otro de sus enemigos. De tiempo en tiempo les metía un furioso cintarazo.
Tan cierto, como ahora es de noche. Misia Casilda tomó a lo serio aquello y se asustó. ¡Vaya un bonito modo de pensar! Quién le metía a él en la Bolsa, sin experiencia y sin fondos, porque, sin duda, para comprar oro y comprar acciones, y jugar a la baja o a la alza, como él decía, se necesita tener con qué; lo mismo que en la ruleta de los garitos. El joven se rió.
Sí; también D. Felicísimo me habló de él esta mañana.... No me acuerdo de su nombre... pero lo apunté y aquí debe de estar. Diciendo esto el buen jesuita metía la mano y después el brazo hasta el codo en el infinito bolsillo. No se moleste usted dijo Navarro tomando la carta de D. Felicísimo que abierta sobre el velador estaba, y mostrándosela a su amigo . ¿Es este su nombre?
Era tan bizco que, al mirar, un ojo se le metía detrás del otro, como malicioso flechero, que se esconde para hacer mejor la puntería de su dardo. Su travesura y charlatanismo daban no poco que hacer a los Padres, y si adelantaba en sus estudios era más bien por sus brillantes dotes que por su aplicación.
A cada momento se metía los dedos de la mano derecha entre el cuello de la camisa y lo que él llamaba mi pescuezo cuando «apostaba la cabeza» por cualquier cosa. Aquel movimiento le parecía muy elegante y sobre todo era muy socorrido.
Delirando, cuando la metía en su horno de martirios la fiebre, no cesaba de nombrar lo que de tal modo ocupaba su espíritu, y todo era golpear tambores, tañer zambombas, cantar villancicos.
Palabra del Dia
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